Parte 2
¿Cómo se construye un lector en la era digital?
La educación, ¿una víctima de la globalización? En este escenario volátil, es importante replantearse el papel que cumple la digitalización de la lectura, la adaptación de la Biblioteca Nacional a esta realidad, y el monopolio de la reproducción del saber en manos de los grandes medios de la comunicación.
Horacio González, eximio docente, sociólogo y ex director de la Biblioteca Nacional, en este contexto, se replantea y se cuestiona ¿qué es educar hoy?
¿Cómo definirías a la Biblioteca Nacional, y cuál es la importancia que adquiere respecto a la construcción de la ciudadanía?
En primer lugar, es la institución cultural más vieja del país, de modo que podríamos situarla en la formación del futuro Estado nacional llamado Argentina. La idea de la importancia central de una biblioteca en el conjunto de las instituciones estatales, en este caso, fue heredada de las grandes revoluciones, sobretodo de la revolución francesa y también de la norteamericana.
Mariano Moreno, su fundador, estuvo atento a lo que había hecho Benjamín Franklin en el siglo anterior como creador de la biblioteca en Estados Unidos, y también con la revolución de la independencia Norteamericana que ocurrió unas décadas antes que la de Argentina. Esa vinculación, evidentemente, tuvo que ver con la expresión ciudadanía. La relación de biblioteca- ciudadanía siempre estuvo en juego, y mucho más hoy, dónde la definición de lo que es un ciudadano está siempre en discusión, siempre sometida a toda clase de interrogantes.
Esta relación biblioteca- ciudadanía en el siglo XIX, era la relación entre la biblioteca y la ilustración popular, y no son exactamente las mismas cosas. La ilustración popular era el ámbito donde la biblioteca debía ejercer sus tareas, de modo que una revolución precisaba de la compañía de ciudadanos capaces de defenderla. Por lo tanto, había una cierta insinuación de que el ciudadano tenía que ser un ciudadano ilustrado, y también un ciudadano armado.
La biblioteca suponía apostar a cierta autonomía intelectual, y a un tipo de acción de los ciudadanos en términos de la donación de libros.
Actualmente, el donante de libros, es un donante que dona al estado o a otras instituciones. Si son libros valiosos, se realiza a la luz de un mercado que aprecia los libros en relación a cierta tasación. No sucedía lo mismo en aquella época en que se fundó la Biblioteca Nacional de la Argentina, hace más de 200 años. Sólo que no se llamaba con ese nombre, porque era una nación también en construcción. Por lo tanto, era una biblioteca pública y popular. Entonces, el donante también se trasformaba en un ciudadano eximio, en un ciudadano capaz de expresar esa cualidad de la manera más comprometida, que era donando sus libros.
La Biblioteca Nacional Argentina surge de una revolución política en el año 1810, con una documentación muy importante, un documento sin la firma de Mariano Moreno, pero escrito por él. Su prosa era inconfundible, donde decía que sin una biblioteca, no había posibilidades de mantener un país independiente, y si esta no cumplía con esa tarea que era muy compleja, evocaba de algún modo el gran tema de todos los tiempos, la relación entre las letras y las armas. Si no cumplía con su tarea hasta tendría que ser quemada como la biblioteca de Alejandría. Expresión que superaba todos los límites que uno podía esperar del fundador de la biblioteca. Todo esto hoy está presente de una manera mucho más laica y burocrática.
La era digital ha cambiado los hábitos de lectura ¿cómo influye en la construcción del saber de los jóvenes?
Es un tema que requiere de historiadores, educadores, maestros y usuarios en general, pero sobre todo de los lectores que reclaman un mayor cuidado y una decidida aptitud para esta gran discusión. No es fácil responder a esto. En un sentido más amplio, podría decirse que la lectura no ha cambiado desde el punto de vista de los procesos de conciencia, de comprensión y de emotividad que genera.
Evidentemente, los medios técnicos que intermedian entre el lector, el proceso de la lectura y aquellos que leen han cambiado de una manera dramática, que no permiten definir de manera simple las consecuencias que pueden tener esos cambios. En principio, hay una disponibilidad para la lectura que podríamos imaginar que tiene una menor incidencia en el transcurso de la vida de una persona que la que podía tener hace varios siglos, cuando no existían las tecnologías de la comunicación, y la biblioteca hacía el papel de mediadora.
Las bibliotecas cumplían un poco esa función de establecer vínculos entre las personas y promover procesos de interrogación colectiva respecto a lo que era vivir en una sociedad. En la actualidad, se invierte la relación del lector que elige su lectura respecto a un conjunto de gerentes culturales que eligen lo que hay que leer. Eso es un poco la revolución tecnológica, facilita y al mismo tiempo elabora un conjunto de medios de control sobre la lectura que crea géneros, subgéneros, especificidades de cómo leer en relación al tiempo de lectura, y más grave aún en relación a la inteligibilidad de la lectura.
Por lo tanto, estos mismos gerentes de producción de textos que son las grandes compañías tecnológicas, establecen ese límite a partir del cual la decisión de qué se puede entender y qué no se puede entender, la toma una empresa comunicacional y no el propio lector, quien siempre debe elevar su límite de comprensión y tomar la lectura como un desafío.
Hoy corremos el peligro de que la lectura esté vinculada también a formas de control de la ciudadanía, entonces ese es un problema que implica un dilema político, y afecta de lleno el aparato educacional de todos los países.
La gran discusión de los educadores en la actualidad es sobre la relación entre lectura e imagen, que se ha convertido en la revolución de todos los tiempos.
Leer no es algo que se pueda resolver con slogans. No es algo que se pueda solventar privilegiando la imagen o imaginando erróneamente que la misma está antes que la lectura, y que al mismo tiempo ayuda a que esta sea más fácil, y que llegue a ocupar una dimensión de mayor amplitud como la que supondrían los años de la Ilustración, donde el lector era un lector infinito. Hoy, en cambio, se piensa en un lector acotado.
Esto también es considerado en general por los educadores como un error. Pero no hay forma de equilibrar en las escuelas y en las universidades la presencia de los medios tecnológicos en el aula. De modo que frente a la idea de dar una clase, dar una exposición o formular la invitación a leer un escrito, todo debe estar mediado por el instrumental tecnológico, originando la pregunta de si debe ser integrado, como de hecho se lo hace en todos lados, o integrado de manera parcial limitado por la presencia de la vieja figura que coordina el aula, que es el profesor, que hoy es una figura en decadencia. El maestro también es una figura en decadencia.
Si la educación debe ser librada al uso de la tecnología conviviendo con ella como una fórmula de mercado sobre lo que es la enseñanza, ésta se convertiría en lo que se llama un bien transable, un bien económico más.
Ese es un dilema también sobre la tragedia comunicacional que atraviesa el mundo, la tragedia educativa y de algún modo la tragedia política. Porque la idea actual de ciudadano no está afirmada con fuerzas. La ciudadanía construida del modo en que se lo está haciendo, se acerca peligrosamente a la idea de un mero consumidor, que a la vez es consumido por estos grandes medios tecnológicos.
En la era digital ¿qué significación se les atribuye a las obras que registran los acontecimientos históricos, políticos y sociales de nuestro país?
Todo está reescrito por divulgadores que dependen de las instituciones clásicas. Por ejemplo, la escuela pública, la escuela privada, la escuela religiosa o la universidad, son instituciones prescriptas por divulgadores que pertenecen a los medios de comunicación, y en todo ese saber hay una disputa entre el viejo profesor clásico, donde yo soy uno de esos, y el divulgador que ya no depende del modo en que se formó la escuela pública y la universidad pública.
Un profesor público o privado se forma con la idea de que hay una lectura directa de los grandes textos, y de que no está la intermediación del pedagogo divulgador. Por lo tanto, hay que decidir si se enfrenta al alumno de forma directa con un Don Quijote de la Mancha, un Hamlet de Shaskespeare, o con los grandes textos argentinos, un Borges, un Martínez Estrada, un Arturo Jauretche, un Scalabrini Ortiz o un Sarmiento.
Ese enfrentamiento directo con el texto es algo que se está degradando progresivamente. Es en este punto donde los medios de comunicación, cuya responsabilidad no puede negarse, operan con un conjunto de personas que toman decisiones sobre el lenguaje, hablan en determinadas cuotas de tiempo, e influyen sobre lo que se debe comprender respecto a la lectura de estos referentes de la literatura.
La educación, ¿es un bien transable?
Lo que está pasando es un tipo de divulgación que achata los conocimientos, y es probable que si no intervienen coaliciones de profesores, intelectuales, escritores, en esta cuestión decisiva, buena parte de los conocimientos elaborados por la humanidad, van a pasar por el cedazo propuesto por gerentes de contenidos de los medios de comunicación y de divulgadores que van a ser los que ocupen el lugar de Platón, Séneca, Aristóteles o de Hegel. Se va a olvidar quienes eran estos grandes pensadores, y quedará el nombre de estos divulgadores que al mismo tiempo salen en outdoor en las rutas de la ciudad, porque son los que supuestamente poseerían la pócima fundamental del conocimiento.
En la actualidad ¿qué lugar se les otorga en el sistema educativo a reconocidos escritores como Borges y Cortázar?
Se siguen leyendo. Hay ciertos autores que trascienden el modo en que una época los lee, y esa época al transmutarse en otra, por razones que nunca son fáciles de entender, cae con los autores que corresponden a esa época, y quedan en manos de los profesores de historia, de literatura y de los medios literarios.
Con Borges no ha pasado eso, se lo sigue leyendo como se lo leía en el año 1950, con la dificultad que a muchos les plantea su lectura frente a otros que acceden a la misma de manera más sencilla. Tiene muchas vueltas que están todas explicitadas en su propia literatura, porque él es su propio comentarista. Algunos dicen lo contrario, que Borges es una lectura permanente, que de algún modo propone una estructura moral, y que propone una forma de ciudadanía complejísima. El ciudadano en Borges es una forma del honor, de la tragedia y del duelo, no es un ciudadano electoral y consumidor.
Con Cortázar pasa algo diferente, es muy de los años ´60, se lee más por parte de especialistas, y al mismo tiempo los profesores de literatura de nivel secundario, incluso en el nivel universitario, lo tienen siempre en sus programas.
Pero ocurre que se acude a él de una manera menos espontánea que a Borges, quizás me equivoque y sea lo que me pasa a mí. Me gusta mucho Cortázar, lo veo muy vinculado a los temas de la búsqueda de los años ‘60 en términos de la ruptura de la forma fija de la causalidad, estos años son revolucionarios en términos muy amplios.
Hay algo contemporáneo de los grandes cambios que implicaba el mayo del ‘68, con la literatura de Cortázar que es la ruptura de relación causa- efecto, entre tantas rupturas que propone. Ruptura en el espacio y en el tiempo, donde deja brotar algo mágico, y sus personajes se llaman así, con ese nombre o con otros que suponen una especie de fórmulas de carácter etéreo, pero que, sin embargo, están incitando a trastocar la vida, en el sentido de un goce, una felicidad y una forma de justicia colectiva que no deja afuera a la literatura. Lo que le critica a las izquierdas de la época, que para ser de izquierda, los izquierdistas debían dejar de lado al cronopio, ya que con su juego de escritura trastocaba las formas de tiempo y las formas de espacio.
Cortázar quería ser alguien asociado a las formas revolucionarias de la época, pero con el respeto hacia ese trastrocamiento del espacio y el tiempo. Pero la lógica de la época no admitió demasiado esta idea, las revoluciones se alojaban en una temporalidad específica, había un historicismo. Cortázar no es exactamente historicista sino que es alguien que intervino en el lenguaje, en primer lugar para designar que la revolución debía partir de una revolución en el lenguaje. Debido a eso quedó muy asociado a las grandes convulsiones de los años ´60, como la de Nicaragua, Cuba, el Mayo Francés, incluso en Argentina en el año ´73, que es cuando regresa.
Borges trascendió todas esas coyunturas, uno podría criticarlo en su momento por eso, por ser un escritor que tomaba grandes esquemas retóricos que provenían de todas las fuentes universales y en ningún momento hacía alusiones que le permitían al lector sentirse ligado a la espesura de una época.
Hoy resulta que se lo puede ver por el contrario, gracias a que Borges no hizo eso, hoy sus grandes esquemas retóricos permiten referirse de una manera asombrosa a lo coyuntural especifico, Temas del traidor y del héroe, quién es el yo en sus distintas mutaciones que tiene este concepto, o si esos cambios permiten disolver esa figura, son todos temas que la filosofía contemporánea ha tomado de una manera que trasciende la literatura de los años ´60, y de una manera en que Borges que es anterior a Cortázar, hoy le permiten estar más ligado a problemas políticos, culturales y de conocimientos, que Cortázar.
Eso es para detenerse un poco y pensar en las grandes paradojas de la literatura entre autores clásicos, un Lucano, que no hay que leer más, y sin embargo, uno puede encontrar cosas más pertinentes en un autor antiguo, que en un autor de la época que quiso referirse de una forma comprometida a los temas de la época.
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