“El retrato” was first published in the 1919 collection, Cuentos para los hombres que son todavía niños
“What does the word ‘suffering’ mean?”, a young boy asked his mother.
“My dear son, what a question to ask," she replied, raising her eyebrows in bemusement.
“But what does suffering mean?” the boy repeated in his high-pitched voice, pouting with his tiny pink mouth.
“For the love of God, these are not matters for a child. Never grow up, and then you will be safe in a world of child-like dreams.”
The mother placed the work she had been engaged in beside the lamp that bathed them in tenuous light. Holding her son tenderly, she said:
“Why ask me such a questions? Where did you hear that word?”
And with her long hands, those of a nun or a chaste woman bereft of a single ring, the mother stroked her son’s minuscule head.
“It was our neighbor, the old lady who brings us flowers to place before the shrine of the Virgin Mary, who said it to me.
First of all, she asked me, in that voice that sounds like a sob, ‘How is your mother? She is always alone, you should take good care of her,’ and then, as I played with the cat in the doorway, she said as if to herself, sighing, ‘In heaven’s name, where is justice when that young suffering woman is abandoned to such a fate?’ before I ran away, frightened by the woman and her words.”
Shuddering, the mother asked, “Did she really say that?”
“She did. And that is why I am asking what suffering means.”
Waxing pale, a few tears fell from the woman’s inscrutable eyes.
“Mother, why are you crying? I don’t want you to cry,” the boy whimpered, placing his diminutive body on her lap.
Looking at the window, reminding him of an ominous presence in silent fields, he watched the night descend.
“Mother, I am afraid.”
“Of what, my child?”
“Of your weeping,” and pointing at the window, the boy continued, “and the darkness that I can see from here”.
“It’s nothing to fear. Why don’t you sleep?”
“Yes, mother,” he responded, reclining his head in the soft embrace of her arms.
The lamp’s flame sputtered, like a weak heart. An ebony crucifix, adorned with silver craftsmanship, dangled from atop the canopy bed which, like the smaller bed beside it, appeared unblemished by a single stain, its sheets starched and white.
Hanging from the bed’s headrest, a steel frame encased a man’s image. His nose betokened elegance, but his gentle eyes belied a baleful frown.
“What does suffering mean?” the boy mumbled, half asleep.
Saying not a word, but standing up in a gesture between defiance and despair, the mother pointed, with tense fingers, at the eternally mocking man who, with all his sex, was the source of women’s pain.
El retrato
—¿Qué es el dolor? —preguntó una vez un chiquillo a su madre.
—Qué dices hijito? —contestó ella, enarcando sus cejas en movimiento de complejidad y duda.
—¿Qué es el dolor? —repitió la criatura, alzando su vocecita de flautín, con el gesto mimoso de su boca rosada.
¡Oh santa ignorancia de las pasiones! ¿por qué no anidas para siempre en la cuna amorosa del alma infantil?
Dejó la joven madre su labor cerca de la lámpara, que alumbraba tibiamente el grupito amable, y tomando al nene entre sus brazos, enternecida, le habló:
— ¿Por qué me haces tan extraña pregunta, nene de mis entrañas? ¿Quién ha pronunciado a tu lado esa palabra?
Y la mamá, apretaba con sus manos largas desnudas de joyas, manos de monja o de mujer honrada, la fina cabecita.
—Mamita, me lo dijo la vecina, aquella viejecita que suele traerte flores para la Virgen.
Verás. Primero me preguntó por tí, con esa voz que parece estuviera siempre llorando. "¿Cómo está tu mamita, nene? ¿Siempre tan sola? Tienes que cuidarla mucho", dijo: Y después, suspirando, mientras yo jugaba con el gato en su puerta, ella hablaba sola y murmuraba: —Santa de Dios, y dicen que hay justicia cuando en esa pobre alma parece que la tierra se hubiese ensañado. ¡Oh dolor, dolor!, exclamó tan fuerte la viejecita, que yo me asusté y vine corriendo.
—¿Decía así?... —interrogó la madre, estremeciéndose en un impulso helado de su alma.
—Sí mamita, sí. Por eso te pregunto qué es el dolor.
Palideció la mujer; un gotear de lágrimas silenciosas rompió el cristal de sus ojos enigmáticos: ojos de iluminada y de bestia humilde.
—¿Por qué lloras mamá? ¡No quiero que llores! —gimoteó el chiquitín, acomodando su minúscula personita en el regazo maternal.
El chico miraba hacia la ventana donde se veía, a través de los cuadrados, caer la espesa obscuridad de la noche, como un presentimiento agorero en el silencio de los campos.
—Tengo miedo, mamita; tengo miedo.
—De qué, hijito mío?
—De tu llanto y de la oscuridad que veo desde aquí —y el chiquillo señalaba la ventana.
—No te asustes, nene mío, no es nada. ¿Quieres dormir?
—Bueno, mamita, —y la cabecita confiada, buscó el hueco blando de los brazos maternos.
La llama de la lámpara tenia el palpitar desmayado de un corazón enfermo. Colgado a los barrotes del lecho se balanceaba, imperceptiblemente, un negro crucifijo de ébano con sus brazos de plata, abiertos como alas lunares.
Las dos camas blancas, extendidas sin una arruga en las simples colchas, daban la impresión de que hubiese puesto en ellas las sonrisas de sus ojos la Madre de Dios.
Suspendido entre las cabeceras, relucía un marco acerado, sosteniendo, en sus extremidades la imagen de un hombre:
Dulce la mirada, correcto el corte de la nariz, funesto el pliegue de la boca.
—¿Qué es el dolor, mamita?, —balbuceó débilmente entre sueños el hijito.
La madre nada dijo, pero sus dedos afilados se crisparon, y levantándose en un gesto desconsolado y rebelde, señalaron el retrato, donde reía y reirá siempre la eterna causa del dolor femenino.
The Power of Prose
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