A lo largo de la historia, el cuerpo fue visto de diversas formas que cooperan y coinciden con las ideologías dominantes del momento. En la antigua Grecia se estableció la idea dualista de cuerpo-alma: el cuerpo como portador del alma y el responsable de mantenerse en buen estado para la perduración de este último. En la Edad Media, el cuerpo empezó a ser considerado una carga, un sufrimiento, sometido a la disciplina del orden establecido por la Iglesia y el alma pasó a ser considerada la salvación. Tras la Revolución francesa e industrial, con el surgimiento del capitalismo, el cuerpo adoptó una funcionalidad fundamental por volverse equivalente al de una máquina de trabajo. Con estas formas de considerar al cuerpo, el alma se consagró a un rol de imagen de la conciencia y referencia moral (cfr. Bauillard, 2010, pág. 155) y las personas fueron juzgadas por su personalidad y por la “pureza” del alma. Sin embargo, en el capitalismo actual, el cuerpo hereda la función ideológica y cultural del alma. Heather Widdows dijo en su libro Perfect Me “creíamos que el mejoramiento personal se basaba en lo personal (volverse más honesto o solidario) y ahora creemos que se basa en lo corporal (ser más flaco o trabajado)” (cfr. Widdows, 2018). Es decir, mejorar como persona deja de relacionarse con cuestiones de personalidad o valores morales y pasa a depender de cuestiones estéticas.
Con el foco puesto en el cuerpo, la sociedad comienza a establecer y fijar ideales de belleza nuevos y fortalecidos. Estos tienen la función de naturalizar ciertas características físicas como la única posibilidad de belleza para así generar una necesidad, psicológica y económica, de alcanzar estas características. Si bien parece que estos ideales son generados azarosa y espontáneamente, sostengo la idea de que surgen de una característica que no se encuentra presente en la mayoría de las personas, para así movilizar a más gente a tratar de alcanzarla. Por lo tanto, la belleza., al entenderla como imitación o acercamiento a un ideal, lejos de ser natural, es artificial. En relación a esta condición, debería crear una duda el hecho de que según el momento y el lugar, los estereotipos varían. Pensando en cómo era el estereotipo dominante medio siglo atrás, se puede comprobar que estos son tan cambiantes cómo el ritmo y las necesidades económicas del mercado.
Es altamente probable que si en un determinado ámbito se pidiese a las personas presentes que piensen en una mujer bella, los rasgos físicos coincidirían. Desde la realización de este simple ejercicio se puede confirmar lo que ya se sospechaba: que existe un imaginario colectivo común respecto a la belleza del físico de una mujer, que suele confundirse y atribuirse a una atracción real. El motivo por el cual los ideales de belleza son tanto influyentes como eficientes es porque se les atribuye nivel de absoluto, se transforman en “La Belleza”.
El cuerpo humano, naturalmente erótico, es re-erotizado (en otros términos y bajo otros parámetros y signos) para convertirse en forma de capital: “(...) la definición de belleza se ha impregnado de marketing, pues esta pasa a representar un capital simbólico que puede adquirirse, perderse o incluso comprarse” (cfr. Sossa Rojas, 2011). Esto es efecto de la acción publicitaria, que hace que toda sexualidad quede vacía de sustancia y se transforme en material de consumo: cuando antes lo sexual era censurado, ahora altera los planos económicos y sociales, culturizando y mercantilizando lo erótico. Se aplica el deseo como estrategia comercial, generando un lazo casi inquebrantable entre la sexualidad femenina y casi cualquier producto.
Los estereotipos actuales, a diferencia de los que predominaban antes de la Revolución sexual (década del ‘70), no solo se basan en rasgos físicos sino que surge como condición la actitud erótica y sensual y el “anti-age”. Estas conllevan a una mayor inversión (económica y psicológica) en el campo de las dietas, los gimnasios, las cirugías estéticas y más. De abarcar esto se encarga la industria del “bienestar” (cuyo nombre es cuestionable), que como dogma tiene “compre y se sentirá bien consigo misma”. Sin embargo, la consumidora (y consumida) se encuentra adentro de un círculo vicioso, siempre queriendo invertir más plata y cuerpo en esta industria y generándose problemas físicos y psicológicos. Al llamarse industria del “bienestar”, esta se desentiende y desvincula de cualquier patología que quienes invirtieron en ella puedan llegar a padecer.
Si bien los ideales estéticos operan en todas las personas, ejercen mayor presión sobre las mujeres. Esto no es cuestión del azar y la casualidad. El principal objetivo impuesto a las mujeres en la cultura actual (capitalista y patriarcal) es el de la formación de la familia. Para lograrlo, debe encontrar una pareja (masculina). Por lo tanto, hay más exigencias estéticas dirigidas hacia las mujeres, ya que su “recompensa” por “mantenerse bellas” es la obtención de un hombre que le posibilite la formación de una familia. En una cultura exitista, el éxito en la vida de la mujer no depende exclusivamente de ella, sino de tener marido y someterse a ideales estéticos. Con el movimiento feminista, cuyo objetivo es la liberación de la mujer, nuevos obstáculos se le presentan al patriarcado, cuya reacción fue la de plantear una imagen en la cual “La soledad, el desamor y la amargura acompañan a la mujer emancipada; la familia, el amor y la felicidad marcan la vida de las mujeres tradicionales.” (cfr. Cobo Bedia, 2015)
Como plantea Cobo Bedia, “el cuerpo de las mujeres y los varones no está construido de la misma forma, pues ambas construcciones traducen la jerarquía de género”. Para los hombres, quienes deben enfocarse en su carrera profesional, los tratamientos estéticos y el sometimiento a la moda no son la prioridad. La ampliación de “los derechos masculinos” ocurrida en los ‘80 no hace más que seguir beneficiándolos y otorgándoles comodidades. A su vez, la hipersexualización de las mujeres en la última década generó un abismal cambio en la industria y aumentos de los ingresos en el mercado general. Por estos motivos, los roles de género impuestos son cofuncionales al patriarcado y al capitalismo.
Así como en el neoliberalismo surgen conceptos como “emprendedurismo” y la idea de que, por ejemplo, el pobre es pobre porque decide no esforzarse para conseguir trabajo surge un nuevo concepto que ciertas ramas del feminismo reciente apoyan: el empoderamiento. Antes de avanzar, cabe aclarar que el feminismo en su totalidad busca el empoderamiento femenino y, por lo tanto, lo que este ensayo propone no es deslegitimizar la acción en sí sino las formas (individualistas y conformistas) con las que hoy en día esto se está llevando acabo. Ahora bien, el empoderamiento femenino se fundamenta en la idea de la libertad de elección y que debería aplicarse a cada uno de los planos de la vida. Por lo tanto, cuando hasta hace unos años las mujeres y sus cuerpos eran reprimidos, ahora toda acción de y sobre ellos depende de, justamente, que ellas decidan que ocurra. Ahora la mujer es responsable de su cuerpo, y esto a primera vista parecería algo bueno. Sin embargo, como plantea Amanda Hess: “¿Quién quiere criticar a una mujer por sus elecciones?”(cfr. Hess, 2018). Al hacer recaer sobre esta la responsabilidad total sobre su cuerpo, se podría atribuir la falta de éxito a la falta de confianza en sí mismas, y no a la discriminación sufrida en el ámbito social, laboral, escolar, etc.
Esta visión contemporánea del cuerpo de las mujeres imponen a él dos finalidades: la de ser un capital (forma de inversión) y la de convertirse en fetiche (objeto de consumo), como plantea Jean Baudrillard (cfr. Baudrillard, 1970, p. 155). Se somete a las mujeres en un mito donde la inversión en estética y la exposición sexual equivalen a éxito romántico y erótico. Es decir, que para obtener pareja, (la pretendida meta femenina), deben recurrir a la exposición sexual y a una serie de tratamientos sobre su cuerpo. Este es el caso de las “nudes” (fotografías en poses sexualizadas que son subidas por quienes se las sacan a sus redes sociales). Con “empoderamiento” individual como acción feminista, atribuyéndole a las nudes (entre otros) la forma de alcanzarlo, no se hace más que seguir contribuyendo a la satisfacción de los varones, ya que las poses que se realizan en estas fotos son las que el consumo sexual estableció como “sexis”.
Con el mito del empoderamiento, se deposita la responsabilidad de mejorar la autoestima en la mujer y se lo quita a las imposiciones sociales, mediáticas, publicitarias y culturales. También, este planteo refuerza la idea de que son positivos los tratamientos justificándolos con que cada una decide hacerlas o no, gracias a la “libertad personal”. Se termina generando la idea de que esta equivale a inversión económica y que seguir los ideales generará efectos positivos en otros planos de la vida. Esta es la tendencia del “lo hago por mí misma” que está vigente en el feminismo compatible con las políticas capitalistas.
Son muchos los casos en los cuales el intento por liberarnos, ya sea en su mecanismo o en su resultado, terminan beneficiando más al patriarcado y al mercado que a las mujeres. Este modelo falácico del empoderamiento no hace más que perpetuar (en nuevas formas) el sometimiento a las mujeres que ocurre hace siglos. Si el empoderamiento no es llevado a cabo de forma colectiva, y de cambio moral social, incluso las mujeres que lograron “empoderarse” o “liberarse” seguirán siendo sometidas.
BIBLIOGRAFÍA:
Baudrillard, J. (1970) “El objeto de consumo más bello: el cuerpo (Medios, Sexo, Ocio)” en La sociedad de consumo: sus mitos, sus estructuras. Siglo XXI Editores. España.
Cobo Bedia, R. (2015) El cuerpo de las mujeres y la sobrecarga de sexualidad. Universidad de A Coruña.
Hess, A. (2018) ‘I Feel Pretty’ and the Rise of Beauty-Standard Denialism”. New York Times.
Sossa Rojas, A. (2011) “Análisis desde Michel Foucault referentes al cuerpo, la belleza física y el consumo”. Revista Latinoamericana, Foucault, belleza y consumo. Disponible en línea en https://journals.openedition.org/polis/1417
Widdows, H. (2018) Perfect me! Princeton University Press.
The Power of Prose
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