Extract 1 from Ameland
Extract 2 from Ameland
Extract 4 from Ameland
It was not long before I noticed a young woman, set apart from all the others, as she strolled beyond the fishing boats. Observing that she went out of her way to avoid the islanders, I grew intrigued by her aloofness. Indeed, this apparition, with her sallow complexion, chestnut tresses and arresting gaze, appeared to be sunk in reverie. Discovering that her name was Mareika, I did all I could to ensure that we would happen upon one another, but she found a way to avoid me throughout. Nevertheless, suspecting that she was exempt from the edicts imposed by the Elders, I felt free to follow her, and not from afar.
I asked the locals about this damsel but no one would be drawn. However, the day came when, thanks to fate and the loneliness born of our mutual isolation, that I succeeded in striking up a dialogue. Seeing her on the beach, I made my move and, as Mareika gathered pace, I too quickened my step. She ended up running away, with me in hot pursuit, until both of us were out of breath.
The more she sought to evade me, the more eager I was to ensnare her. Seizing her arm, Mareika struggled to extricate herself but, pitted against my superior strength, she knew that she was defenceless. Perceiving, at last, that I had no wish to harm her, she gave up the fight without remonstration. An uneasy stillness ensued as we tried to outstare each other, before making our way to the shore and reclining on the sand. By now, I was at a loss as to what to say or do until, unnerved by our tongue-tied tryst, I moved closer to hazard:
“Hello.”
“Hello.”
Without any further overture, we continued walking along the beach. From time to time, Mareika would move closer to the water’s edge to dip her feet in the sea. Following her example, I was chilled to the bone and asked:
“Why don’t we go to the lighthouse?”
“No, not there.”
“Why not?”
“I’ve spent enough time in that place already.”
“How come?”
“My father used to be the lighthouse keeper. I came with him to Ameland when I was a girl.”
“I heard he had an accident, that he fell.”
“That´s a lie.”
“Did you say a lie?”
“He never liked the island and was pushed from the tower when he announced that he wanted to leave. My father was the only person I had, and after his death I was left completely alone. Then a judge from the mainland spoke with Ameland’s Elders, and they said they would take care of me.
“So you like it here?”
“No, I’d do anything to leave.”
“So why don’t you go?”
“They won´t let me and, for my part, I don’t know how to set sail. But even if I did make it to the mainland, what then would become of me?”
Con el pasar del tiempo observé que entre las mujeres había una que se mantenía sola y que daba largos paseos por la playa, alejada de bous y pescadores. Me intrigó su aspecto y la falta de amistad o de camaradería con los habitantes de la isla. Mareika, poco más que adolescente, de carnes generosas, de cabello castaño e hirsuto, pálida, con grandes ojos marrones, gustaba, más que de voluptuosidades, de la meditación y de los grandes silencios. Deliberadamente hice cruzar nuestros paseos, pero al principio me evitaba. Me extrañó no verla sujeta al orden patriarcal de la isla y no sentir presiones para mantenerme también a distancia de Mareika.
Pregunté a los isleños quién era esa joven, pero nadie quiso hablarme de ella ni darme explicaciones. Un día, por azar o por la desesperación que provocaba nuestra mutua soledad, logré romper su silencio. Nos encontrábamos en la playa y comencé a seguirla. Mareika apuró el paso, pero yo también. Terminó corriendo cada vez más de prisa, y yo detrás, agotándose ella y agotándome yo.
Cuanto más quería escapar, más deseo tenía de alcanzarla, más deseaba a Mareika. Al final me adelanté a sus pasos y la agarré de un brazo. Mareika forcejeaba tratando de liberarse, pero no podía, yo la apretaba con fuerza aunque sin violencia. Tras unos instantes supo por mi mirada que no quería hacerle daño. Ni ella ni yo nos decíamos una palabra, no hubo gritos, insultos ni peticiones de ayuda. De pronto su resistencia cesó, quedándose inmóvil. Nos miramos sin decirnos nada, hizo un ademán de irse y la dejé partir. No fue lejos y se sentó en la arena. Pasaron algunos minutos en los que yo tampoco me atreví a moverme ni a hablar hasta que, algo confundido, me acerqué a ella y le dije:
- Hola.
- Hola -respondió con una mezcla de acento continental e isleño.
Caminamos por la playa, sin hablar, durante un largo rato. A veces se sentaba o mojaba sus pies. Yo la seguía, me sentaba cuando ella lo hacía y me mojaba los pies a su lado. Me dio frío y le dije:
- Vamos al faro.
- No.
- ¿Por…?
- Ya lo conozco.
- ¿Cómo?
- Mi padre era guardafaros. Llegué con él a Ameland cuando era pequeña.
- Oí que tuvo un accidente, que cayó.
- Mentira -cortó Mareika.
- ¿Mentira?
- Sí. Lo empujaron cuando decidió partir. Nunca le gustó la isla. Era mi única familia y me quedé sola. Un juez del continente habló con Ameland y la isla se hizo cargo de mí.
- ¿Te gusta la isla?
- Quiero irme.
- Vete.
- No puedo, no me dejan. Tampoco sé navegar ni qué podría hacer en el continente.
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"The Power of Prose"
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