Cómo se ve que es acuariana tu chiquita, va a ser brava, de armas llevar va a ser, igual que yo, nadie le va a pisar el poncho a la petisa. Pero ahora correte, gordita, dejame trabajar con tu mama. ¿Querés un caramelo? Mirá, ¿ves? Masajes en la pancita le voy a hacer, así. Si querés, vos ayudáme. ¿Adónde se va? Ah, la tele, la hora de los dibujitos animados, mejor, así nos deja trabajar tranquilas: pero vos me tenés que ayudar con el régimen, si no esto de los masajes es una engaña pinchanga, no sirve para nada. Sabés que este domingo la fui a ver a mi mamá, volví, te digo, con un nudo en la garganta, ni una lágrima pude sacar para afuera. La llamé a mi nuera y le dije no vengan hoy a comer, no me sentía para prepararles la comida. Mi mamá por lo menos está cerca, imaginate, murió hace treinta y pico de años, me la pusieron ahí no más, cerca de la entrada del cementerio, pero el viejo vivió hasta los setenta y tantos y lo mandaron a la parte nueva: tuve que caminar y caminar, con el frío que hacía el domingo, volví helada.
¿Tenés hambre? Mirá, comete una galletita, un yogur, cualquier cosita para engañar al estómago, la cosa es aguantar que va viene la primavera y tenés que estar linda, ponerte la malla. Hablé con mi hijo: lo que caminé para verlo al viejo, le dije. ¿Y está muy viejo?, me preguntó, no sé por qué me preguntó eso, es una cosa que le salió del alma, imaginate qué disparate. Y claro, le digo yo, mirá si estará viejo que si viviera tendría como noventa años. Lo peor fue el hincha pelotas de mi marido, con perdón de la palabra, que se puso cabeza dura y quiso acompañarme. ¿Qué tenía que venir él? ¿Qué le importa a él? Yo no quería que viniera porque es un farolero, un escandaloso con eso de la religión, yo quería ir y hablar con mi mamá tranquila, pedirle cosas, salud para mi nietito, que se críe sano, gordo. Él no, él va y se tira arriba de la tumba y empieza a cantar, a rezar en voz alta, ¿quién le pidió que haga todo ese show? Después cuando llegamos a casa se puso a insultarme. Vos estás mishiguene, le digo, primero rezás sobre la tumba de mi madre y ahora me puteás a mí, está loco. Pero vieras los malvones, qué lindos que estaban, ¿vos sabés cómo le gustaban a mi mamá los malvones? Todas las plantas, pero los malvones más y especialmente uno que lo tenía al final en el patio, de flores blancas, por lo menos al principio, hermoso, en uno de esos macetones grandes que se usaban antes. Un malvón pensamiento que lo había criado desde semilla, había hecho cruzas y, a veces, mirá si seré loca yo también, hasta celos me daba de lo mucho que lo quería. Si para ver sus plantas, para despedirse de sus plantitas quería ella volverse a casa del Hospital Israelita. Quiero morir en mi cama, me decía ella, te lo ruego por lo que más quieras, quiero morir en mi cama, ver otra vez mis malvones, tengo derecho, si yo sé que no tengo más vida, por Dios que si me muero en el hospital te vas a acordar toda la vida. Ella ya sabía que estaba condenada, se daba cuenta.
A ver, ponete un poquito de costado, ya la vamos a hacer bajar a esta panza, vos seguí de adentro con el régimen y yo dale que dale de afuera con los masajes y este verano te ponés otra vez la bikini. O si no un pedazo de queso te podés comer, hay uno desgrasado muy rico que salió ahora, se consigue en Bonafide, que vos lo tenés aquí a media cuadra. Al principio todavía tenía esperanza, hagan algo, decía, por favor, nos decía, hagan algo, no ven que me voy. Pero qué íbamos a hacer nosotros, si leucemia galopante tenía, en dos meses se nos fue, dos meses desde que me entregaron los primeros análisis. Y al final ella misma se dio cuenta y ya solamente eso pedía, que la lleváramos a casa para ver sus plantitas, sus malvones, morir en su cama. Claro, nadie quería hacerse responsable, mi hermana no quería, mi papá tampoco, ni mi marido menos, nadie se animaba. Ni yo misma me animaba. Del Hospital Israelita nos decían que no iba a aguantar el viaje, que si se moría en la ambulancia la responsabilidad era nuestra. Tres veces por día había que regarlo al malvón ese maldito, delicado el muchacho, y ella hasta el último día antes que la internaran, por más debilitada que estaba lo mismo se levantaba para regarlo, no dejaba que nadie hiciera eso. Yo no la quería a la plantita, ya te conté, la única plantita que no la quería y menos que lo veía tan grande y hermoso, con esas flores rosadas que se fueron poniendo y mi mamá cada vez más caiducha, más pálida la pobre, si sería ingrato. Pero a las otras plantas sí, a todas las quería y las quiero, las cuido tanto, mirá, te juro que a mi marido me dan ganas de matarlo a veces con eso de la religión, me vuelve loca, se levantó el otro día a medianoche. ¿Qué vas a hacer a esta hora? Le digo. Y resulta que era la noche de luna nueva, entonces el se tenía que levantar para bendecir la luna, qué sé yo, la cosa es que a medianoche, ¿no va y me abre la ventana? Y con el frío, lo llamé a mi hijo y con la bronca que tenía le digo mirá, cuando se muera tu padre te juro que me caso con un goi, nada más que para verlo revolcándose en la tumba. Y cuanto más viejo más mañero se pone.
En las piernas no necesitás nada, lindas piernas tenés vos, bien formadas, ojalá te las herede la piojita tuya. ¿Qué buena es esta crema, no? Importada, mirá vos. ¿Y tan barata te salió? Mi mamá sí que era linda, tenés que ver lo linda que era, tan elegante siempre, hasta cuando no teníamos un mango. Todavía tengo la foto de cuando bajamos del barco, yo tenía trece años, mamá tenía una pollera plisada y cárdigan beige, sombrero y zapatos azules haciendo juego con la cartera, yo usaba un vestido con flores celestes y mi hermana uno de la misma tela pero con flores amarillas, mi papá y mi hermano estaban de traje. Porque nosotros estábamos muy bien en Varsovia, nadie me cree cuando cuento que yo nací en un piso. Nada de ghetto, bien lejos del ghetto estábamos, más allá del Vístula, imaginate que yo ni sabía hablar en idisch, polaco hablábamos, el idisch lo aprendía acá, en Villa Créplaj. Mis abuelos sí, ellos hablaban el idisch y nos querían enseñar a nosotros, para que no se pierda, decían, pero los nietos no le dábamos ni cinco de bolilla. Fijate que no me acuerdo yo, y eso que ya era una grandota, trece años tenía, no puedo hacer memoria si había plantas allá, en la casa de Varsovia, o a lo mejor había y yo no les hacía caso, como al idisch de mis abuelos, la negación ¿viste? El idisch y las plantitas yo las asocio con acá, con Villa Crespo y el patio del conventillo. Porque lo que es acá, nada de piso, se terminó la farra. Vinimos en el año treinta, por culpa tuya le decía mi viejo a mi mamá al principio. Después no, imaginate, al final ella tenía razón, de los que se quedaron allá no se salvó nadie. Fue una hermana de mamá la que primero emigró a Alemania pero les había ido mal allí, económicamente, y se vinieron después a la Argentina. Entonces esta tía le escribía cartas a mi mamá, cartas y cartas diciéndole que se vengan y lo bien que iban a estar acá, que ellos estaban regio, que el mainze de América y todo eso. Mi mamá primero no quería, no era tan así no más irse de Varsovia, había que vender el piso, los muebles. Pero por otro lado resulta que la familia de mi papá eran como un clan, había muchos hermanos y todos estaban con el mismo negocio, vivían en la misma casa, eran muchos para repartir, mi mamá estaba podrida. Y en Polonia ya había clima de guerra en el año treinta. Entonces tanto hinchó mi mamá que lo convenció al viejo y nos vinimos. Y aquí fue la sorpresa porque apenas llegamos se vino a destapar la olla, que las cartas de mi tía eran todas camelo, así pitucas como estábamos nos llevaron derechito para la pieza del conventillo de Villa Crespo y todas las iajnes de las otras piezas se venían a revolotear alrededor de mi mamá. ¿Esta es la gringa?, preguntaban. Imaginate, ella con su pollera plisada y su cárdigan beige y las otras que preguntaban si ésta era la gringa. Al día siguiente salió mi viejo a vender, ni una palabra de castellano sabía, a las cinco de la mañana lo trajo de vuelta un policía, se había perdido en la ciudad. Y ahí parece que encontró como un consuelo, mamá, en la cosa de las plantitas, ella y sus plantitas, había maceteros grandes, colorados, en el patio, de esos con las cuatro patitas. Con las plantas que se usaban en ese tiempo, no los potus, ni los tronquitos esos del Brasil que yo tengo ahora pero había clavel del aire, un fondo con glicinas, jazmín del país, se usaban plantas de batata que ahora están con esa novedad de unos años a esta parte de que traen mala suerte, pero hace treinta años quién no tenía una planta de batata. Y estaban los malvones.
Vos, nena, ahora empieza pronto el calor ya con un yogur, una gelatina tirás todo el día, ponete del otro costado, no te me vayás a tentar con el dulce de leche que sino para qué trabajo yo al final. ¿Te gustaría que te traiga unas plantitas? Si querés te traigo, a mi mamá le llevé. Malvón le llevé, no de ése que ya te hablé, del preferido de ella, porque por suerte ya no estaba, pero igual era malvón, cuando estaba por nacer mi nietito y yo estaba tan angustiada, que nazca bien, que nazca sano, que todo salga bien le quería pedir. Y sabía que ella no tenía nada, ni foto ni nada, porque viste que había una época que robaban mucho en Tablada, le robaron la foto y hasta un corazoncito que le había mandado a poner mi hermana en nombre de sus otros nietos, mis sobrinos, hasta eso le robaron los muy hache de pe y también esas cositas que se ponen en las tumbas, ¿viste?, que tienen como un enrejadito y ahí se ponen las flores y adentro se pone agua, hasta eso. Entonces no tenía nada mi mamá, ni una flor, con lo que le gustaban a ella. Y yo quería que tenga algo pero con la Amia ya sabés cómo es, cualquier cosa que una quiere hacer tiene que pagar, hasta para respirar te cobran, entonces lo llevé en secreto, en una bolsita de plástico puse un gajito de malvón blanco pero no de ese raro que cambiaba de color, malvón blanco-blanco, normal, y cuando fui a pedirle que nazca bien mi nietito le puse el gajito en la tierra, al lado de la tumba, un gajito chiquito, imaginate, lo que se puede llevar en una bolsita de plástico. Te digo que mi viejo no le perdonaba a mamá eso de habernos hecho venir para vivir así, en una pieza de conventillo, después de los que teníamos allá, pero cuando empezaron a llegar las cartas de Polonia, en la época de la guerra, ahí nos dimos cuenta de lo bien que estábamos. De la última carta de mi tía, la hermana de mi papá, me acuerdo como hoy: en nuestra casa están los alemanes, nos contaba. Imaginate si sería una buena casa, linda, una residencia de las mejores, y en qué zona, que allí se fueron a instalar los oficiales alemanes. Las mujeres estamos todas en la casa de mi hermana, decía esa tía, los hombres ya sabés. Quería decir que estaban en la guerra, los hombres. Mamá mandó a llamar a dos sobrinos para que los dejen entrar en la argentina pero ya era tarde, no volvimos a tener noticias de ninguno.
Vos tenés que hacer flexiones por tu cuenta, un poco aunque sea, porque con lo que hacés conmigo, dos veces por semana, es muy poquito, es como nada. Mirá, no mucho te digo, veinte flexiones todas las mañanas, cuando te levantás, ya está, vas a ver cómo te hace efecto, haceme caso. Y te digo que lo que menos me gustaba, al final, era ver ese rosado fuerte que le iban tomando los pétalos al malvón de mi mamá. ¿Pero este coso no empezó blanco en primavera?, le decía yo. Y ella con la historia de que había hecho cruzas, que por eso no era como todos que si tienen las flores de un color después siguen con el mismo. Y me daba el ejemplo de las hojitas de los árboles, que empiezan, ¿te fijaste? En septiembre o aveces en agosto, según si empieza el calorcito más temprano, con ese verdecito clarito que yo lo llamo verde primavera y después se van oscureciendo que ya para fin de año están verde bien oscuro. Pero lo mismo me ponía mal yo de ver que a ella le iba pasando al revés, por más que ya sabía, uno siempre tiene una esperanza. Me voy a despertar un día, decía yo, y va a ser todo un sueño, pero nunca era, ahí estaban los análisis que le iban dando cada vez peor, por más que tomaba los remedios, las inyecciones. Por eso casi me puse contenta cuando hubo que internarla, porque iba a estar lejos de la planta desgraciada esa que ya algunas flores las tenía directamente rojas, fantasías que una tiene, después lo vi en terapia, lo mismo en el hospital estaba cada vez peor y encima se acordaba sus tres veces por día del malvón y preguntaba si lo habían regado. Y yo, estúpida, qué iba a hacer, se lo regaba como ella me pedía, o lo hacía acordar a mi papá para que se lo regara él. Entonces cuando mi mamá ya estaba en las últimas que ya se sabía que no contaba el cuento y quería tanto volverse a su casa y me rogaba y los médicos decían que no, yo lo fui a consultar a un rabino. ¿A quién iba a consultar? En esa época yo no me analizaba, después hice unos años de análisis, para cuando se casó mi hijo. Yo no pensaba que me iba a afectar tanto pero fue una cosa terrible, un terremoto. A mí me fue mal en mi matrimonio, con eso de que mi marido se volvió tan religioso, no es que yo no sea creyente, que no vaya al shill y respeto los sábados y todo pero mi marido es otra cosa, él se volvió fanático, después de casado vino a mostrar la hilacha. Fue cuando nació Marito, se vino un día con el cuento de que en sueños se le había aparecido su padre muerto para decirle que tenía que respetar la religión, su padre muerto, imagináte, yo qué le iba a decir. Y yo me agarré de mi hijo, era todo para mí, era como mi pareja, bueno ya para vos lo del edipo y todo eso no es novedad y la cosa es que cuando se casó yo no pensaba que iba a ser para tanto, pero apenas se fue de luna de miel, a mí me agarró una depresión que casi me liquida, lloraba y lloraba todo el día. Mi nuera no me gustó de entrada que te voy a decir que no era culpa de ella; la verdad para mi Marito no me iba a gustar ninguna, de las novias que traía una me parecía una grobe antipática, la otra que era una curve, y así todas. Y ahí fue cuando empecé a analizarme, me lo aconsejó una amiga y mucha razón que tenía porque me hizo muy bien, me salvó la vida. Pero en la época que murió mi mamá eso ni existía y yo fui a consultar a este rabino que me habían dicho que era un hombre muy sabio, muy bueno. Estaba acostado en el suelo cuando yo entré y se levantó para recibirme. Me impresionó mucho, imaginate, ya me habían dicho que se acostaba únicamente en el suelo por una promesa que había hecho. Parece que se le había muerto un hijo y él dijo, debe ser por un pecado grande que yo hice en mi vida y Dios me castigó, entonces era como una penitencia que él hacía, de dormir en el suelo, para lavar sus pecados. Pero no esperaba encontrármelo en ese momento acostado y cuando le expliqué todo, menos lo del malvón, que me daba vergüenza, se ve que yo misma tenía conciencia que era una fantasía, una cosa tipo de la paranoia vi después, cuando se lo expliqué, en idisch, él pensó un poco y no me dijo ni sí ni no, no me dijo una cosa directa. Me dijo, a un preso, a alguien que está preso y que lo van a matar, ¿qué?, ah, sí justo, es eso que vos decís, un condenado a muerte, lo que pasa es que yo ahora te estoy traduciendo de la conversación en idisch y por ahí no me sale la palabra exacta. Bueno, a ése van y le dicen lo que quiere y eso se lo dan, si es una comida, o una bebida, o ver a alguien, el último deseo, ¿me entendés? Eso me dijo. Y yo entendí y me pareció bien, porque eso era también lo que yo misma quería hacer, llevármela a mamá a su casa para que pudiera despedirse de sus plantitas. Pero del Hospital Israelita me negaron la ambulancia para traerla, no querían hacerse responsables, ni los médicos, nadie. Entonces yo fui por mi cuenta y contraté una ambulancia de la Cruz Azul, mirá, me acuerdo como si fuera hoy, y mi hermana me dijo bueno, vos quisiste sacarla ahora te vas con ella en la ambulancia, y yo le digo ah, no, ese honor te lo cedo a vos, muchas gracias. Porque imaginate que se me muriera en el viaje y yo con ella en la ambulancia que era la responsable de haberla sacado del hospital. Así que fue mi hermana. Pero pudo volver a su casa por lo menos y morir en su cama y ver a sus plantitas, a su malvón que yo le tenía tanta rabia pero lo quería ella, que es lo importante. Dos días más vivió, le hicieron transfusiones y todo mientras estaba en casa pero igual no aguantó más que dos días y se fue.
Ya sé que en la espalda no necesitás nada, vos sos de carnes duras pero igual te viene bien un poco de masaje para relajarte, vas a ver cómo te sentís después más descansada, en el cuello y en la columna, aguantá cinco minutos nada más. Y te termino de contar que una noche me llamó mi hermano, yo ya me había vuelto a mi casa y me dijo no preguntés nada y venite enseguida para acá. Imaginate, cómo no me voy a dar cuenta de lo que pasaba. Al chiquito no quise llevarlo, pobrecito, lo dejé en casa de una vecina. Le puse el sobretodo gris arriba del pijama y los zapatitos así como estaba, sin medias, y así lo dejé y me fui corriendo. Corriendo para qué, si ya sabía que no había ningún apuro, pero había una cosa por dentro que me trabajaba y era desquitármelas de la rabia y de la tristeza que yo tenía acá, que no me dejaba tragar saliva. Entonces llego y ahí estaba el malvón en el patio, con las flores bien rojas, tremenda planta, parecía que iban a estallar de puro colorados esos pétalos. A mi mamá le di un beso en la frente por esas cosas que hay que hacer, pero la verdad y a vos nomás te lo cuento, que me dio asco, para qué si ella lo mismo ya no estaba. Y aunque igual ella ya no podía ver nada, lo mismo le cerré la celosía y me le fui al humo al malvón, uno por uno empecé a arrancarle los pétalos, cosas que una tiene, mirá vos, cuando arranqué el primero te juro que esperaba verme aparecer la gotita de sangre. Y nada, qué iba a aparecer si ya se la había chupado bien toda, otros pétalos, si seré loca, los quemé con fósforos y después tuve que terminar arrancándolo de golpe nomás porque venía tanta gente y no quería que me vieran. Aunque mi papá sí me vio y no me dijo nada, se ve que él tampoco le tenía ningún cariño a la planta esa. Y cuando volví a mi casa a la mañana tempranito allí estaba Mario, mi hijito, sentadito en un rincón, no había querido acostarse ni sacarse el sobretodo, mi mamá viene enseguida a buscarme decía él, y así se pasó toda la noche. Yo estaba embarazada de cuatro meses cuando murió mi mamá y lo perdí y después no tuve más, no quise tener más, ya estaba enojada con la vida.
Entonces, como te decía, y ya enseguida te podés ir a duchar, que terminamos, fui el otro día, el domingo, a verla a mi mamá, mi nietito ya tiene casi un año y yo ya no había ido más a La Tablada desde antes que naciera. Y vi los malvones, ¿sabés?, que habían crecido tanto, los blancos, los que planté yo que no eran cruza ni ninguna cosa rara y seguían bien blancas esas flores, como tiene que ser, unas plantotas inmensas, así, de este tamaño, semejante mata de malvones del gajito ese que yo había metido de contrabando en la bolsita de plástico. Y ahí me di cuenta de que había sido ella, que le gustaban tanto las plantas, por ella, nomás, habían crecido tanto los malvones.
Life and Geraniums
Anyone can see that little girl of yours is an Aquarius, she’s gonna be a pistol, that one, a real handful, just like me; she won’t let any grass grow under her feet. Go on, sweetie, run and play now, and let me work with your mama. Want a candy? Look, see? I’m going to massage her belly, like this. You can help me if you want. Where’s that child off to now? Oh, the TV, it’s cartoon time. Well, so much the better. This way she’ll let us work in peace, but you’ve got to help me out here with your diet, okay? If you don’t, this whole massage business is just smoke and mirrors, a waste of time. You know, last Sunday I went to visit my mama, and I came back with a lump in my throat, I’m telling you, I couldn’t squeeze out a single tear. I called my daughter-in-law and told her don’t come for dinner tonight, you guys; I didn’t feeling like cooking for them. At least Mama’s close by. Imagine – she died more than thirty years ago, and they put her right there by the cemetery entrance, but the old man lived to seventy-something and they shipped him off to the new section: I had to walk and walk, and as cold as it was last Sunday, I came back frozen.
Are you hungry? Here, eat a cracker, some yogurt, a little something to fool your stomach. The trick is just to hold out a little ’cause spring is coming, and then you’ll look want to look pretty and put on a bathing suit. I spoke to my son: I told him what a long walk it was to go see my old man, and he asks, is he very old? That’s what he asked me, I don’t know why he asked me that; it was something that just popped out of his soul, imagine, how ridiculous. Well, sure, I tell him, of course he’d be very old; if he was still alive he’d be around ninety. The worst thing was that my pain-in-the-ass husband, excuse my French, insisted on going along with me. Why’d he have to come? What’s it to him? I didn’t want him along ’cause he’s a know-it-all, a showoff when it comes to religion. I wanted to go and talk to my mama in peace, to ask her for things, good health for my grandbaby, he should grow up chubby and strong. Not him, though – he goes and throws himself on the grave and starts singing, praying out loud. Who asked him to put on such a show? Then, when we’re back home, he starts insulting me. You’re mishugenah, I tell him: first you pray on my mother’s grave and now you swear at me – you’re crazy. But you should’ve seen the geraniums, how beautiful they were. You knew how much my mother loved geraniums, right? All plants, but mostly geraniums, and especially one that she had at the back of the patio, with white flowers, at least they were white at first, gorgeous, in one of those big pots like they used to use. A pansy geranium that she grew from seed. She crossed it with some other varieties, and sometimes … look, maybe I’m crazy too, but I was even jealous of how much she loved it. She wanted to come back home from the Hospital Israelita just to see her plants, to say goodbye to her beloved plants. I want to die in my bed, she told me, I beg you by all you hold dear, I want to die in my bed and see my geraniums again, I’ve got every right, I know I won’t live much longer, for God’s sake, if I die in the hospital, you’ll remember it every day of your life. She knew she was doomed, she understood that.
Let’s see now, turn on your side a little – we’ll whip this belly into shape. You just stick to your diet and work on it from the inside, and I’ll do my thing with the massages on the outside, and by summer you’ll be in a bikini again. Well, maybe you could have a little bit of cheese, there’s a delicious non-fat brand that just came out; you can get it at Bonafide’s down the street, only half a block away. At first she still had hope. Do something, she would beg us, please, do something, don’t you see I’m fading? But what could we do when she had galloping leukemia; in two months she was gone, two months after they gave me the first test results. And at the end she herself knew and that was all she asked, for us to bring her home so she could see her beloved plants, her geraniums, and die in her bed. Of course, nobody wanted to take responsibility. My sister didn’t want to, and neither did my papa, and my husband least of all. No one had the heart. I didn’t have the heart, either. At the Hospital Israelita they told us she’d never tolerate the ride home, that if she died in the ambulance, it would be our fault. Three times a day that damn geranium needed to be watered, such a delicate thing, and she, weak as she was, got up to water it herself up until the last day before they sent her back to the hospital. She wouldn’t let anyone else do that. Like I told you, I didn’t have any love for that plant. It was the only plant I didn’t like, and seeing it so big and beautiful like that, with those pink flowers blossoming all over, while my mama was growing weaker and weaker, paler and paler, poor thing, I liked it even less. Damn ingrate. But the other plants, yes, I loved them all and I still do, I take such good care of them. Listen, I swear I feel like killing my husband sometimes over that religion stuff; he drives me crazy. The other night he got up at midnight. What are you doing at this time of night? I ask him. And it turns out there’s a new moon, so he has to get up and bless the moon, what the hell do I know, and the craziest thing is that it’s midnight, and don’t you think he goes and opens the window? And it’s so cold. I call my son and I’m so fired up that I tell him: Listen, when your father dies I swear I’m gonna marry a goy just to see him spin in his grave. And the older he gets, the more stubborn that man gets.
Your legs don’t need any work, pretty legs you’ve got there, shapely, let’s hope that little vonts of yours inherits them. This cream is lovely, isn’t it? And you got such a bargain! My mama, now she was really a pretty woman, you should’ve seen how pretty she was, always so elegant, even when we didn’t have a cent. I still have a picture of us when we got off the boat. I was thirteen. Mama wore a pleated skirt and a beige cardigan, a blue hat and blue shoes to match her purse. I wore a dress with light blue flowers, and my sister had one made of the same material, but with yellow flowers. Papa and my brother wore suits. Because we were well off in Warsaw. No one believes me when I say I was born in a nice apartment. No ghetto for us, we were very far from the ghetto, beyond the Vistula. Imagine, I didn’t even speak Yiddish; we spoke Polish. I learned Yiddish here, in Villa Kreplach. My grandparents, they spoke Yiddish, and they wanted to teach it to us so we wouldn’t lose the language, they said, but we grandkids didn’t give a hoot about that. You know, I can’t remember, even though I was a big girl then, thirteen years old, I can’t recall if there were any plants in our house in Warsaw, or maybe there were but I just didn’t pay attention, like with my grandparents and Yiddish – denial, right? Yiddish and plants: I associate them with Villa Crespo and the tenement patio. Because here we sure didn’t have a nice apartment, that party was over. We came here in 1930; it’s your fault, my papa told my mama at first. Later he changed his tune: imagine, she was right; of those who stayed behind, not a single one was saved. It was one of Mama’s sisters who first immigrated to Germany, but things didn’t work out for them financially, and then they came to Argentina. Then this aunt wrote letters to my mama, letters and more letters, telling them to come and how wonderful their lives would be here, and that they were all doing great, and die Goldene Medina, and all that. At first Mama didn’t want to, it wasn’t such an easy thing to up and leave Warsaw: they had to sell the apartment, the furniture. But, on the other hand, Papa’s family was like a clan. There were lots of brothers and sisters, and they were all in the same business; they lived in the same house; there were a lot of mouths to feed; Mama had it up to here. And in Poland in 1930 it was already starting to feel like war. So my mama nagged and nagged, until she convinced the old man and we came over. That’s when the big surprise came, because we had hardly arrived when the lid came off the pot: my aunt’s letters were all a load of crap. They took us, all dolled up like we were, straight to the tenement room in Villa Crespo, and all the yentas from the other rooms came fluttering around my mama – Is this the greenhorn? they asked. Imagine, Mama in her pleated skirt and her beige cardigan, and the others asking if she’s was the greenhorn. The next day my old man went out selling – he didn’t know a word of Spanish – at five in the morning a cop brought him back; he’d gotten lost in the city. And that’s when it seems she found something like comfort, my mama, in those plants, her darling plants. There were huge flowerpots, red ones, on the patio, the kind with four little legs. With the sort of plants they had in those days, not pothos or those little Brazilian stalks I have now, but there were air flowers, wisteria in back, local jasmine, and they used sweet potato plants, the kind that nowadays they say brings bad luck, but thirty years ago, who didn’t own a sweet potato plant? And there were geraniums.
Now that it’s starting to get hot, girl, you can get by all day long on some Jello and a yogurt. Turn on your other side. Don’t even think of temptations like dulce de leche – why am I killing myself here, after all? Would you like me to bring you a few little plants? If you want, I’ll bring you some; I brought some to my mama. Geraniums, I brought her, not from the plant I was telling you about, her favorite, ’cause luckily it’s not there anymore, but it was a geranium, just the same. When my grandson was about to be born and I was so nervous, I wanted to ask her that he should be born healthy, that he should be all right, that everything should turn out okay. And I knew she didn’t have anything, no photo, nothing, ’cause you see, there was a time when there were lots of robberies in Tablada Cemetery. They stole a photo from her and even a little heart that my sister sent her on behalf of her other grandkids, my nieces and nephews. They even stole that from her, those SOB’s and also those little gadgets they put on graves, y’know? The ones that look like a little cage and you can put flowers in them and pour in water, even that. So my mama had nothing, not even a flower, a woman that loved flowers so much. And I wanted her to have something, but you know how it is with the cemetery – anything you want to do you’ve got to pay for, they practically charge you to breathe, so I brought it in secretly: in a plastic bag I put a little white geranium cutting, not that odd plant that changed color, I mean a white-white geranium, a normal one, and when I went to ask her for my grandchild to be born healthy, I planted the cutting in the ground, next to the grave, a tiny little cutting, imagine – the size you can fit into a plastic bag. I’m telling you, my old man didn’t forgive my mama for making us come over here to live like that, in a tenement room, after what we had in the old country, but when the letters from Poland started arriving, during wartime, we realized how lucky we were. I remember the last letter from my aunt, my papa’s sister, like it was yesterday: The Germans are in our house, she wrote us. Just imagine what a lovely house it was, one of the finest residences, and such a neighborhood! That’s where the German officers set up headquarters. We women are all at my sister’s house, my aunt said; the men you already know about. She meant to say that they were in the war, the men were. Mama applied to have two nephews immigrate to Argentina, but it was already too late. We never heard from either one of them again.
You’ll have to do pushups on your own, even a few, because what you do with me twice a week is hardly anything, it’s like nothing at all. Look, I’m not telling you to overdo it , twenty pushups every morning when you get up – that’s all. You’ll see how well it works, trust me. And I tell you, what I hated most, at the end, was seeing that deep pink take over the petals of Mama’s geranium. Didn’t that damn thing start out white in the spring? I asked. She explained how she had crossed it, and that’s why it wasn’t like the others that stay the same color all the time. And she gave me the example of the leaves on the trees, y’know? In September, or sometimes in August, depending on whether the weather gets warm earlier or later, they start out that light, delicate green that I call spring green, and then they darken until, by the end of the year, they’re a really deep green. But anyway it made me sick to see how the opposite was happening to her. No matter how much a person knows, they always have hope. One day I’ll wake up, I said, and it’ll all turn out to be a bad dream, but it never was: there were those tests results, worse every time, no matter how many pills, how many injections, they gave her. That’s why I felt almost happy when they had to put her in the hospital, because she would be far from that wretched plant, which by then had deep red blossoms. The ideas you get in your head. . . Later on I noticed it was the same in therapy as in the hospital: she was getting worse and worse, and to top it all off, she remembered her geranium three times a day and asked if I had watered it. And stupid me, what was I going to do, I watered it just like she asked me to, or else I reminded Papa to water it. Then, when Mama was on her last legs and she knew she didn’t have much time left and wanted so desperately to go back home, and she begged me and the doctors said no, I went to see a rabbi. Who else would I see? In those days I didn’t have a shrink; later on I was in analysis for a few years, around the time my son got married. I didn’t think it was going to affect me so, but it was terrible, like an earthquake. My own marriage was lousy, what with my husband’s religious obsession. It’s not that I’m a non-believer, someone who doesn’t go to shul or observe Shabbat and all that, but my husband is something else, he became a real fanatic; after we got married he started showing his true colors. It happened when Marito was born: one day he came to me with a story about how his dead father had appeared to him in a dream to tell him to respect religion, his dead father, can you imagine? Me, what could I say? So I latched onto my son; he was everything to me, like a husband…Well, the Oedipus thing is no news to you, and the truth is, when he got married, I didn’t expect it to be such a big deal, but no sooner did he leave on his honeymoon than I fell into a depression that almost did me in. I cried and cried all day long. I wasn’t crazy about my daughter-in-law from the start, but I’ll tell you this, it wasn’t her fault. As far as I was concerned, no girl would have been good enough for my Marito: of the girlfriends he brought home, I thought one was a kvetsch, and another one was a kurveh, a real little tramp, and it was the same with all the rest. That’s when I started analysis; a friend suggested it, and she really was right because it did me a lot of good, it saved my life. But around the time my mama died, those things didn’t even exist, and so I went to see this rabbi that people said was very wise, very good. He was lying on the floor when I walked in, and he stood up to greet me. It made such an impression on me, imagine: I already knew that he slept on the floor on account of some vow he’d made. It seems one of his children had died, and he said it must be because of some great sin I’ve committed in my life, and this is God’s punishment. So it was like a penance for him, sleeping on the floor to wash away his sins. But he didn’t expect me to find him lying there at that moment, and when I explained everything to him, except the business about the geranium, which embarrassed me because I knew it was all my imagination, a kind of paranoia as I realized later, when I explained everything to him, in Yiddish, he thought for a minute and he didn’t tell me yes or no; he didn’t say anything straight out. He said, a prisoner, someone who’s in prison and is about to be executed – What? Oh, of course, that’s what you’re saying: like a man on death row, what’s happening is that I’m translating that Yiddish conversation for you right now and that’s why I can’t find the exact words. Well, they ask this prisoner what he wants, and they give it to him, whether it’s a meal, or something to drink, or to see someone, his last wish, understand? That’s what he said to me. And I understood, and I thought it was good advice, because that’s what I myself wanted to do, to take my mama home so she could say goodbye to her dear little plants. But the people at the Hospital Israelita wouldn’t let me have an ambulance to transport her; they didn’t want to take responsibility for it, and neither did the doctors, nobody did. Then I went and hired a private ambulance on my own. I remember like it was yesterday, and my sister said, Fine, you wanted to take her out of there; now you can ride with her in the ambulance, and I said, Oh no, I’ll let you have that honor, thank you very much. Because imagine if she had died on the way and I’m with her in the ambulance because I’m the one responsible for taking her out of the hospital. So my sister went. But at least Mama was able to go home and die in her own bed and see her plants, her geranium that infuriated me so but that she loved, and that’s the important thing. She lived two more days. They gave her transfusions and everything while she was at home but in spite it all she didn’t last more than two days, and then she was gone.
I know you don’t need any work on your back. You’ve got firm flesh, but a little massage to relax you couldn’t hurt, anyway, you’ll think how good you’ll feel later – good and rested, your neck and your spine. Just hold on for five more minutes, that’s all. And I’ll finish telling you how one night my brother called. I had returned home by then and he said, Don’t ask any questions and come over right away. Imagine, how could I not know what was going on? I didn’t want to take my little one along, poor baby. I left him at a neighbor’s. I threw his gray coat over his pajamas and left him just like he was, in his slippers with no socks on, and I took off running. Running for what? I already knew there was no hurry, but there was something brewing inside me and it was a need to shake off all the anger and sadness that I had in here, that didn’t let me swallow. So I show up at the house, and there’s the geranium plant on the patio, with its red, red flowers, that horrible plant, those petals looked like they were about to explode from sheer redness. I gave Mama a kiss on the forehead, one of those things you have to do, but the truth is – and I’m telling this just to you – it disgusted me, why bother when she wasn’t really there anymore? And although she couldn’t see anything, just the same I closed the blinds and went charging outside to the geranium plant, and one by one I began ripping off the petals, such crazy ideas we get, you know, when I tore off the first one I swear I expected to see a drop of blood appear. But no, nothing like that, how could that happen when it had already sucked out all her blood. Maybe I’m crazy, but then I burned some other petals with matches, and finally I ended up yanking it out all at once because so many people were coming and I didn’t want them to see me. But Papa did see me and didn’t say a word. It was obvious he didn’t have any great love for that lousy plant either. And when I returned home early the next morning, there was Marito, my little boy, sitting in a corner. He had refused to go to bed or even take off his coat; my mama will be coming for me soon, he said, and he’d stayed there like that all night long. I was four months pregnant when my mama died, and I lost the baby and didn’t have any others after that, I didn’t want more kids, I was angry at life.
Then, like I was saying, and now you can go take a shower ’cause we’re done, I went back the other day, Sunday, to see my mama. My little grandson is almost a year old, and I hadn’t been back to La Tablada since before he was born. And I saw the geraniums, y’know? They had grown so tall, the white ones, the ones I planted that weren’t crossed with other varieties or anything strange like that, and they were still nice and white, those flowers, just like they should be, enormous plants, this big, such a shrub from that little cutting I smuggled in a plastic bag! And then I realized it was because of her, her love of plants, only because of her, that those geraniums had thrived.
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