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August 2011

 
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Click to enlarge picture Click to enlarge picture. El ojo de Watanabe by Andrea Jeftanovic  

 


El ojo rasgado de Watanabe se posa en mi ojo redondo. Su ojo oriental se enfrenta a mi ojo occidental. Su ojo viene de lejos, avanza lánguido, enfrenta, reposa. El ojo japonés parece trazado por un pincel que ha dibujado su ángulo interno, una curva invertida hacia la sien. Es una hendidura elíptica definida a ras de piel, el párpado rectilíneo, sin ojeras. Cuando su ojo enfoca, hundido, la pupila se mueve inquita y libre en la órbita. No está esculpido en la osamenta como en el ojo occidental. También es otra la caligrafía de los rostros orientales: pómulos planos, nariz discreta, frente despejada, labios certeramente delineados. La tez es bruñida y de un blanco espeso. El ombligo occidental es rasgado, el oriental es redondo. He leído que un gran número de japonesas se operan el ombligo para tenerlo rasgado. La operación se llama Hesodashi. El móvil de estas mujeres es asemejar el ombligo a su ojo. La letra occidental es un molde, la letra oriental es el trazo de un ideograma. Entre Occidente y Oriente hay una lucha de formas.
El Poeta Nisei enuncia la interrogante que nos aúna: ¿Dónde termina el Perú y comienza Chile? O ¿dónde termina Chile y comienza el Perú? Esta es la pregunta que debemos esclarecer durante el viaje. He venido desde Santiago hasta el puerto de Pisco entre el desierto de Paracas y el valle de Nazca. El desacuerdo entres los países se produce por la proyección de la frontera terrestre hasta el mar. Para eso el Poeta Nisei y yo, la narradora chilena, deberemos navegar por los treinta y cinco mil kilómetros cuadrados de costa para trazar la línea equidistante. La misión no es simple; debemos, además, aprender a manejar los instrumentos de navegación, ocuparnos de la limpieza del barco y conversar todas las noches sobre un hecho esencial en nuestras vidas. La misión debe concluir el séptimo día en un barco conducido por un capitán y un contralmirante que permanecerán de espaldas a nosotros.

Primer día: Occidente-Oriente
Embarcamos con el sol alto de mediodía. Voy a estrechar la mano de mi compañero, pero él hace una reverencia. Respondo con una leve inclinación de torso. Me agrada que su ojo se entorne infinito hacia los párpados. ¿Me verá dentro de un campo visual con forma de elipse? Imagino que cuando se queda dormido el ojo hace una ligera operación: sólo recorre los grados que lo cierran por completo. Ruido de motores. Encienden la hélice, hay una leve propulsión, el barco zarpa. Vamos perdiendo de vista los marcos de las ventanas, los pilares de los embarcaderos, la línea de la costa. Y, a mar adentro, extendemos sobre la cubierta los mapas y los tratados territoriales de 1881 y 1954. Alta mar no es un desierto de agua, es una planicie de rompeolas con corrientes subterráneas. Realizo la primera pregunta de la travesía.
— ¿Cómo viaja el ojo de Oriente a Occidente?
Entre Occidente y Oriente hay 8600 millas marinas. El primer contingente de inmigrantes japoneses llegó al Perú en el "Navío de los Cerezos", el Sakura Maru, el 3 de abril de 1899. Cientos de japoneses desembarcaron para continuar el siglo saboreando cristales de azúcar. Eran casados a distancia y por poder con retratos de japonesas. A medida que el navío avanzaba desde el Puerto de Yokohama al Puerto del Callao, se decía que el amor era una olla fría que se iba entibiando. Cerca de Occidente el dolor se escondía con dignidad y las palabras se medían. Un barco recaló en la rada en la Era Meiji.
— El Pacífico fue el mar rojo de un éxodo finisecular —concluyo.
— Mi padre, para nosotros, es un misterio; su vida en Japón es una incógnita. Sabemos lo que él contaba, pero sospechamos que también eran mitos. Todo inmigrante tiene derecho a inventar un pasado. Seguramente fraguaba una serie de historias medianamente ciertas o no ciertas. Que se vino al Perú porque lo habían querido casar con una mujer que no le gustaba. Decía que se había enamorado de una actriz a la cual conoció porque al voltear una esquina tropezaron rompiéndole un paraguas y le dijo que quería reponérselo. Ella le dijo que no, pero la siguió hasta ver donde ingresaba y a los tres días volvió a esa casa con un paraguas nuevo.
— ¿Qué pasó con tu padre en el Perú?
— Mi padre hundió poco a poco el paraguas en días de zafra en medio del cañaveral de una vasta hacienda azucarera donde trabajó por muchos años. Pero debió abrir de nuevo el paraguas para la lluvia de 1925: la inundación más grande del siglo en Laredo. Llovió veinte días seguidos hasta que el cementerio se desmoronó y los féretros salieron hacia el mar.
— Dicen que lo mismo ocurrió en el terremoto de 1906 en Valparaíso.
— Perú no es Chile.
— Pero compartimos la misma costa.
Te observo y siempre la misma regularidad en los ojos, velados y hundidos en la soledad. La uniforme cabeza oriental. Sé que estás pensando en una región distante donde convergen este, oeste y norte. Tus antepasados hicieron viajes árticos que crisparon la mirada de sus tripulaciones más allá del Imperio. Marinos que anhelaban las playas de la infancia y soñaban con reaparecer al otro lado del mar. Estamos cruzando el meridiano sesenta y nueve de longitud oeste. Interrumpo tu silencio.
— ¿No te importa que sea chilena?
— ¿Por qué preguntas eso?
— Por los saqueos durante la Guerra del Pacífico.
— ¿Conoces ese verso de Neruda?: nos robaron todo, pero nos dejaron la palabra.
— Pero es distinto. Toma, encontré este cáliz de plata en un museo de Santiago.
— Gracias. ¿Qué otros objetos peruanos hay allá?
— En la Biblioteca Nacional hay un documento que se titula "Lista de libros traídos de Perú". Contiene miles de volúmenes.
— ¿Trajiste alguno?
Niego con la cabeza y siento vergüenza.
— Nos tomamos un vaso de pisco
— No gracias, los japoneses tenemos una enzima incompatible con el alcohol.

Segundo día: historia contemporánea
Navegamos rumbo suroeste. El mar se ilumina con vacilantes rayos de sol. Se adhieren a las velas de tela las gotas de agua salpicadas por las crestas de las olas. En un segundo espejismo aparece una tarde que se tiende sobre el horizonte, ¿o al revés? Un horizonte tendido sobre una calma tarde y una franja de tierra de mármol blanco y transparente. El Poeta Nisei está a cargo de la brújula, yo del astrolabio. Ambos instrumentos nos permiten navegar lejos de las costas. La brújula siempre señala el norte, aquí es Máncora, Piura, Tumbes. El astrolabio permite calcular la altura de las estrellas y determinar la latitud geográfica. Guiándome por la Estrella Polar, sé que estamos en la latitud sur 12, longitud 77 oeste.
— Mi padre nunca dijo "los gringos mataron treinta y seis mil personas en Hiroshima, eso no podemos perdonarlo". No, no lo dijo nunca. La esencia nipona es la ética del trabajo y la censura a la victimización.
— ¿Ni siquiera de te habló de los saqueos, ni de las deportaciones de japoneses del Perú a campos de concentración estadounidenses?
— No, no dijo nada. Mi padre se escondió entre los cañaverales y guardó silencio.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, el gobierno de Prado no aceptó el regreso de los nipones deportados y muchos fueron enviados a Japón.
— Pero, ¿te sientes japonés o peruano?
— Cuando tuve como quince años, empecé a pensar que no importaba, que era mejor tal vez, tener raíces japonesas y ser peruano. Luego te defines y el entorno es muy fuerte: soy profundamente peruano, pero reconozco mis raíces japonesas.
Digo: El haikú es un poema sin origen conocido, que se adelgaza.
Me mira y continúa.
— La lectura y el estudio del haikú es un homenaje a mi padre, quien empezó leyéndomelos cuando yo era muy chico, me los leía en japonés y me los traducía inmediatamente.
Contempla la línea del horizonte y retoma la idea.
— Mi padre era un isei, un inmigrante; yo soy un nisei, mis hijas son senseis; todas las generaciones somos de nikkeis.
— ¿Por qué nunca has viajado al Japón?
— Nacimos con la promesa de que toda la familia iría a Japón algún día, pero nos quedamos atrapados en el tejido mestizo del Perú.
Es hora de retomar nuestra misión y analizar los mapas. Comprobamos que los límites interestatales establecidos se ciñen a los paralelos. Watanabe señala que esta frontera acuática, en apariencia equitativa, daña dos regiones peruanas: Ilo y Tacna, pues las encierra en un triángulo que restringe la pesca. Los paralelos no consideran la curvatura suramericana apenas finalizado el litoral chileno.
— Pero si redefinimos las fronteras, ¿qué pasaría con la promesa de mar a Bolivia? — preguntó.
— Todos queremos comer anchovetas — dice con ironía y nos largamos a reír.

Tercer día: muerte
Las cartas náuticas no sirven en las noches de tormenta, perdemos los contornos costeros. Todo es gris, sin posibilidad de orientarse, sin arriba ni abajo. El Poeta Nisei maldice las tinieblas. Una violencia de chirridos de madera nos atemoriza, corremos de estribor a babor para desafiar las crestas de las olas que agitan el barco. Empapados, oteamos el horizonte en busca de algún signo que nos guíe. Pero nada, sólo vemos una masa rocosa que nos intimida. Derogaron las estrellas y sus leyes. Es inútil que el cartógrafo dibuje ríos secos en la palma de la mano. El agua salada nos irrita los ojos. Luchamos contra el mar toda la noche mientras cruje el mástil y, a cada estruendo de lienzos, el rugido de las aguas. Cuando la tormenta amaina, nos miramos estupefactos.
— ¿Proa o popa? — pregunto.
— Proa.
El Poeta Nisei se dirige a la parte delantera de la nave, donde limpia la cubierta húmeda. Se detiene, sigue la ruta de la cola de un cetáceo que golpea el casco del navío. Una ballena que huye de la corriente de Humboldt hacia la línea del Ecuador.
— ¿Por qué le temo a la muerte? Nací después de dos hermanos muertos, ellos fueron el referente de una vida entre dos tumbas, entre dos sillas vacías, entre visitas a cementerios con chocolates y nueces. Mis hermanos murieron la misma semana en el pueblo de Laredo. Mi madre nos contaba que esa noche, cuando murió el primero, un día lunes, cantó una lechuza. Cuando canta una lechuza en el techo de una casa, significa que hay muerte. Seis días después cantó la lechuza nuevamente y murió una hermana de cinco años. Yo nací, no entre canciones de cuna, sino bajo la mirada impertérrita de una lechuza.
Nos encontramos en el centro de la nave, escobillón en mano. Caminamos con cautela entre la espuma del detergente, porque un golpe en la cabeza podría dañar una arteria y llevarse una memoria de vida consigo.
— ¿Por qué el nombre de la madre viene lento?
— Los recuerdos son mi madre siempre hablando de mis hermanos muertos. Los volvía a parir con la boca, a recordarlos. Hay un poema que algún día escribiré, donde mi madre vuelve a parir a sus hijos con la boca. Me decía: "En ese rincón, en esa silla pequeña se sentaba tu hermanito de tres años; era muy blanco, tenía una vena azul en la frente, era castaño y, al sol, su pelo era aún más castaño. Antes de morir estaba sentado ahí". Respecto a mi hermana de cinco años, decía "en esa estera jugaba y también era bellísima, con pelo castaño, qué mezcla racial tan bonita, japonés con peruano". Sabía que inventaba.
— Enuncia un acontecimiento de tu adolescencia — exijo impaciente.
— Dejé de ser campesino, después, por un golpe de suerte. Mi padre se sacó la lotería e inmediatamente dejó de trabajar y se dedicó a la buena vida. Yo me pude ir a Trujillo a la escuela donde había estudiado César Vallejo. Pero nunca lo olvido: soy el niño ovillado y en formol que se acurruca en la cama vacía.

Día cuarto: enfermedad
— La última vez que anduve en barco fue cuando regresé de Alemania después de una grave enfermedad. Viajé dos meses hipnotizado en el Atlántico. Yo iba como mascarón en la proa con mi cicatriz a cuestas.
El ojo fisgonea tu lento desastre, viaja por tus confines hasta invadir los pulmones. La furia de las enfermedades penetra en el cuerpo, en el ojo que se hunde de agotamiento. Primero, un dolor en el tórax que no desaparece. Luego, un silbido en la respiración, o bien, una falta de aliento. Por último, una ronquera y una inflamación en el cuello. De pronto, un monte humeante de células con diminutas antorchas de nicotina. A cada órgano incansablemente una señal de adenocarcinoma. Entonces un hospital de Hannover dicta la sentencia con una tomografía: cáncer de pulmón. Piensas que la ciencia indaga un saber insoportable. Estuviste internado en ese cuarto donde los ríos peruanos eran represa y remolinos en el desagüe del baño. A cada accionar del retrete un uno de ellos se colaba por la fría selva germana.
¿Cómo se dice dolor en alemán?
— Yo, descompuesto y rabioso, pido a los doctores.
¿Cómo se dice dolor en alemán?
— Que me crean que la gente no muere de un órgano enfermo.
¿Cómo se dice dolor en alemán?
— Sino de un órgano que inicia su secreta metamorfosis.
¿Cómo se dice dolor en alemán?
— Hasta ser un animal maduro y dispuesto a abandonarnos
¿Cómo se dice dolor en alemán?
— Me inyectan
¿Cómo se dice dolor en alemán?
— En mi somnolencia me siento aterrado
¿Cómo se dice dolor en alemán?
— Hace su sístole y su diástole
¿Cómo se dice dolor en alemán?
— Siete cirujanos te abrirán el pecho con sus escalpelos
¿Cómo se dice dolor en alemán?
— No, no dramatices, no olvides que eres hijo de. No lo repitas más: "La única impureza en ese cuarto aséptico soy yo".
— ¿Y cómo se sobrevive en un hospital extranjero?
— Toda persona que está una temporada breve en el hospital siente algo muy protector, porque todos están atentos a ti, los médicos, las enfermeras. Todavía podía escribir, no quería salir de ahí. Permanecí veintiún días en un hospital de Baja Sajonia. Cuando me dieron de alta sufrí una depresión. Entonces pensé que no iba a poder soportarlo, que moriría en el camino. Una hermana que es enfermera y que ha visto mucha gente en estados extremos, me dijo algo que después yo comprobé: "Los seres humanos tenemos una capacidad infinita de sufrimiento".
— ¿En el norte te curas y en el sur te vuelves a enfermar?
— La depresión hace que olvides y las palabras no me salían. La depresión hace que la expresión falle mucho. Lloraba porque había decidido ser poeta, dejando estudios y todo, pero de pronto no tenía lenguaje. Usaba un diccionario para acordarme de las palabras. Un amigo decía: "el poeta no puede hablar, está aprendiendo las sílabas".
— La depresión es yacer horizontal y con frío demasiado tiempo. ¿Por qué no te levantaste de la cama en seis meses?
— Ni siquiera me levantaba para ir a mi escritorio. Percibimos muy brevemente el absurdo de la vida, pero el sujeto deprimido vive en el absurdo, caminar diez pasos al escritorio resulta irracional. Uno se pregunta: ¿Por qué lo vas a hacer? ¿Para qué? La pregunta es ¿para qué? No tiene sentido, ir o no ir es lo mismo, así como quietud y movimiento son lo mismo; así que conseguí una tabla de planchar y escribía en mi cama, a donde incluso me traían la comida.
— ¿Cómo se plancha un haikú? — inquiero.
— Todo poema se puede planchar, es mejor hacerlo dándole la vuelta, es decir, de revés. La forma más correcta de planchar cualquier poema es siempre en la dirección del verso. Para seleccionar la temperatura, conviene seguir siempre las indicaciones de las etiquetas (sí, los poemas tienen etiquetas).
— ¿Cómo se alisan las arrugas de los versos?
— Lo primero que debe plancharse son las costuras y las pinzas de todas las palabras, ya que estas le confieren su forma de base. Para hacer la raya central de los poemas, el hemistiquio, hay que enfrentar las costuras de las letras, alisarlas y marcar cuidadosamente las líneas de los extremos. Las fibras de un poema están formadas por moléculas muy largas. Mientras están una detrás de otra, como en una cadena, tenemos un poema liso, perfectamente planchado. Pero, a veces, las moléculas se retuercen. Tenemos los eslabones 1, 2, 3, 4 y 5 en línea recta, pero el 6 retrocede y se monta sobre el 5, el 7 sobre el 4, el 8 sobre el 3 y se produce una arruga.
Se pierde en sus pensamientos, entorna los ojos, titilan las pupilas. Retoma la palabra.
— Así escribí el libro "El huso de la palabra" en 1989.
— ¿Tiene que ser así? ¿Un órgano extraído a cambio de un libro después de diecisiete años de silencio poético?
Watanabe tose, se ahoga, una bocanada de aire marino limpia sus bronquios.
— Respira conmigo — digo.
Me llamas en voz baja, casi sin sonido, con consonantes de seda, sumergiendo las palabras en el oído enredado de olas. Un pulmón despertando, un débil aliento intenta una palabra, pero ningún nombre, no, un rescoldo de úlceras arrojado por la borda. El silencio de ese tumor vaciado en el Canal de Panamá o de ese pulmón olvidado en la sala de operaciones de Hannover.

Día cinco: ceremonia de la basura
Estamos apoyados en las barandas cristalizadas de sal observando cómo se descarga la basura del barco. Somos los vigías de la reluciente superficie marítima que ahora está manchada con cajas de leche, bolsas de plástico, papeles borroneados, cáscaras de verduras. Revolotean incontables aves marinas. Sondeando el fondo, vemos algo como una isla rocosa que emergía, pero es una botella de gaseosa panza abajo. En medio de la estela quedan flotando las rodajas de naranja del jugo de la mañana.
— ¿La poesía usa los desechos?
— Un niño va por los extramuros para hacer una deposición, eso es también una poética. Pienso que la poesía finalmente es algo muy simple, nace de la vulgaridad de la vida, si es que la concebimos como vulgaridad. Yo escribo el poema antes en mi cabeza a partir de la imagen que veo.
— ¿Cuáles son las versos que tarjas?
— Los que tienen las palabras que funcionan como espejos.
— ¿Qué es un poema?
— Es una carta que le envías a alguien que no conoces; organizas ese material, pero tratando de convencerlo de que lo que dices es cierto. Entonces en el poema final resulta que mi perro se fue al desierto, lo perdí casualmente, se descubrió después y lo vi humillado, como un cuero seco, la arena lo había avergonzado al preservarlo de ese modo. Y al final del poema, digo que la tierra es el paraíso de bacterias y gusanos.
— ¿A los cincuenta y nueve años ya sabes que ningún Dios te va a hablar claramente?
— Mi vida depende de copiar incasablemente el color de la arena. Soy una palada de órganos enterrados en la arena. A mi edad estás eructando miedo.
— ¿Por qué le das voz a Ismene en tu adaptación de Antígona?
— Una narradora que encarna todos los papeles, Creonte, Tiresias, Antígona, Hemón, para contrastar el derecho de los dioses con el derecho de los hombres. Al final la dubitativa hermana acusa su miedo y muestra el rostro del hermano ante los perros.
— Tiresias, el anciano de los ojos muertos, convierte todo su cuerpo en un enorme ojo, no para ver lo de hoy, sino lo de mañana.
— No hay peor tortura que la propia imaginación y Antígona no cesa en mi mente. — dice.
— Antígona, ¿ves este mundo de abajo?
Telón.

Día sexto: naturalezas muertas
En la mesa de tablones claveteados donde otras veces hemos dispuesto mapas terrestres y cartas marinas, el Poeta Nisei instala los objetos escogidos para su composición. Ha puesto botellas, frascos, cajas y flores secas. Está sentado inmóvil bajo la luz calma posterior a la tormenta. Miro su cabello entrecano, su cabeza de cincuenta y nueve años. Un frasco pequeño de pintura se equilibra en la palma de la mano derecha.
— Quise ser pintor, tal vez influido por mi padre. Él pintó botellas, jarras y vasos, no pintó nada más, no se aburría, los contemplaba y cada vez veía distinto la luz, la forma de componer, quería entrar en la interioridad de sus objetos, en el decir del objeto mudo.
— ¿Entonces las palabras son objetos del lenguaje?
— Mis poemas son escenas que si no las hubiera escrito, las habría pintado.
Alterna el orden de los objetos. Donde estaba la botella pone una caja blanca. Quita las flores y los frascos. Abre la botella y la pone boca abajo.
— El pintor que más me gusta es Matisse, por su mesura y tranquilidad. Él había tenido un cáncer de colon, lo operaron y sobrevivió catorce años. Como no podía pintar de pie, recortaba las figuras con movimiento y creaba cuadros muy grandes con esos papeles. Estaba postrado y muchas veces ponía el lienzo lejos y amarraba el pincel de una varilla larga para poder pintar.
— Otro artista que crea desde la cama.
— ¿Investigas para escribir un poema?
— Escribí el poema "Animal de invierno" pensando en un cuerpo que va a hibernar. Se me ocurrió que alguien entra en una montaña y duerme con la esperanza de ya no ser, de no despertar. Me fui a ver a un amigo que es geólogo; estuvo hablándome de cómo es una montaña, un socavón. "Tú entras" — me decía — "y en las paredes ves las vetas minerales, parecen nervios, como si estuvieras en el interior de un animal inmenso". Y sí, pude ver la nervadura de la montaña y los alados vertebrados de la prehistoria.
— ¿Es un problema de texturas, un muslo contra la roca?
El ojo pestañea, la retina se agita para lograr el primer encuadre. Escribe en un papel: "El muslo de una mujer contra una roca/ un juego de texturas, un contraste de materias/ Era su muslo una masa tibia y blanca, un animal dormido en el invierno./"
— ¿Basta un perro disecado en el desierto para hacer un poema?
— ¿Qué podría decir yo? Aspirar a salir de uno y mirar el objeto, con precisión científica y plástica.
Mi ojo pestañea, el ojo de Watanabe se cierra. Su ojo cautela el habla en exceso, esboza frases efímeras. Es un obrero que se dedica a restaurar las palabras. Mirada meditativa de poeta insular. Se extiende el surco en el párpado superior que acentúa el efecto del ojo oriental. Cuando llora ¿caen desde la conjuntiva, las lágrimas recostadas?
— ¿Sabes cómo se forma el ojo del lenguado? — Me pregunta con una ceja levantada. — Cuando nace es un pez que tiene los ojos a ambos lados, como los peces normales, pero desde el fondo marino se adaptan porque los ojos van hacia un mismo lado y la parte que se asienta sobre la arena es blanca, encima copia la arena y se queda de color gris, se mimetiza.
— Y tu ojo oriental, ¿cómo se formó?
— Mi ojo tiene sus razones. Palabras que circulan sin sonido dentro de mi cabeza entre dos hemisferios. Mi ojo todo lo ve, adiestrado en los vastos paisajes del norte, ojo atento a extraer la parábola en lo cotidiano. Toma fotografías por el hueco de la mano.
Miro al cielo, se van hacia el oeste, las nubes que anunciaban lluvia. El leve rugido del mar se confunde con el silbido de su respiración. Mi compañero de viaje está afanado en sus instrumentos.
— Estás preocupado. ¿Qué indica la brújula?
— Que nos acercamos al triángulo en disputa. ¿Y qué dice el astrolabio?
Me sitúo cerca del mástil mayor, donde la nave da menos vaivenes y está más quieta, pongo el astrolabio mirando al sol, entra la luz a los agujeros y miro las reglas de medición. Confirmo que estamos en el cuadrante indicado.
— ¿Sientes las turbulencias debajo del agua mansa? — pregunto.
— Sí, extiende las cartas de agua, por favor.

Día siete: gritos equidistantes
Hemos tenido vientos y corrientes favorables para cumplir el trayecto en el plazo estipulado. A lo lejos una boya a la deriva indica los puntos cardinales. El cielo escampa definitivamente. Los límites marítimos se nos acercan, rodeándonos con brazos laxos. Lanzamos la cadena del ancla hasta que fondea la embarcación. Sacamos compás y reglas. Watanabe me da una vianda para mi viaje.
— Gracias.
— Supuse que tendrías hambre y te guardé un poco de pescado con sal.
— No tenías por qué.
— ¿Tú no hubieras hecho lo mismo por mí?
Hago la última pregunta antes de separarnos.
— He leído todos tus libros, ¿por qué en el único poema que trabajas la violencia es "El grito"?
— Sí, es el único poema que alude explícitamente a la violencia. Ese poema lo escribí cuando el ejército asesinó a varios "terroristas" en Los Molinos, una comunidad campesina. En las fotos aparecían dispuestos los cuerpos inmóviles en fila sobre el piso y decidí ir hasta allá. Llegué al atardecer se puso muy rojo, y ese rojo brillaba sobre el río de Chosica. Estaba en un puente, tal como está el personaje de Munch y entonces estaba teñido por el mismo atardecer y me vino la imagen de ese fondo sangriento que tiene el personaje que grita. Encontré algo para hablar de la violencia, pero el poema termina con mi propia limitación que me da el estilo. No puedo más. Pero quizás eso sea violento también.
Tras recorrer los treinta y cinco mil kilómetros de mar debemos despejar la interrogante sobre dónde se regula la pesca y los límites marítimos de cada país. Las cosas se despiden de nosotros: el mástil de la bandera, las barandas con sal, los ojos de buey de los cuartos. El capitán ha salido por primera vez de su puesto de mando y anuncia: "Este conflicto se debe resolver ahora. Corresponde trazar el hemistiquio".
Sacamos nuestros instrumentos de medición, una larga cinta métrica que sujetamos de cada extremo. Cada uno sube a un bote y nos alejamos hasta tensionar al máximo los centímetros. La disputa es entre un paralelo y la equidistancia. El contralmirante colombiano, escogido por su neutralidad, se suma a la operación. Irá clavando fichas a medida que la cinta se extiende. Al final se contarán las fichas y se las multiplicará por la longitud de la cinta; a ello se sumará el resto de segmento que se encuentre entre la última ficha y el jalón de llegada, lo que dará la distancia total para luego dividir entre dos. Comenzamos a remar, haciendo balbucear al mar a cada golpe de remo. En el preciso momento que íbamos a proceder a la operación salomónica, una corriente marina lleva cada bote a una zona distante. El agua turbulenta nos arrastra en direcciones opuestas mientras intentamos no soltar la cinta. Pero ya es tarde. El Poeta Nisei se dirige al norte y yo al sur.
Pongo las manos alrededor de mi boca simulando un megáfono.
Grita sin refrenarte por tus hermanos, por tu padre...
Grita en el desierto la huella de tu espalda, por lo olvidado de tu sed.
Grita, no perderás la elegancia y sobriedad de una camisa a cuadros, la herencia de la finura del japonés, la estampa de ser hijo de.
Tus ojos plegados, los míos también por esta historia que nos une: bombas, deportados, guerras, saqueos, exilio, torturas, campos...
Limpiemos el fino polvo sobre las frases.
He mirado Chorrillos de soslayo, con vergüenza.
Estamos demasiado al Sur, quizá si gritamos no nos caigamos del continente.
Grita consciente del pliegue del párpado, la línea que alarga el trazo
Cuando gritemos mi ojo occidental estará superpuesto a tu ojo oriental, coincidirán si gritamos al unísono.
Nos cubriremos el ombligo con el dorso de la mano.
Viajo más al sur, donde zumba el viento de la Antártica.
Mira, hay una fina cinta roja a la saliente de esa roca.
Un pescador ha desatado cien nudos.
Hago proa al puerto de Iquique y cargo tu silencio.
Me llevo tus poemas y este pedazo de mar.
Occidente.
Oriente.