Álbum de familia
Ortuzio dice que los mercados persas son el diván del psicoanalista ahorrándose el dinero. Los objetos ordenados en el suelo despiertan evocaciones que recorren a los visitantes a la manera de un álbum íntimo y social. Las familias cuyo pasado se remonta a la historia de Chile, encuentran objetos que siendo desconocidos están impresos en su memoria, que es también la memoria del país. Para los emigrantes la historia es una línea trunca y el recorrido por dicho mercado tiene más relación con la imaginación que con la memoria.
Un domingo de octubre de 1998, encontró en el mercado persa de Arrieta en Santiago de Chile un pequeño álbum de 11,5 por 9 centímetros, forrado en un tapiz de evidente origen extranjero. Las fotografías mostraban a una familia de vacaciones, medían 6 por 8,5 centímetros y estaban enmarcadas en una pestaña de cartulina color crema cuyos bordes interiores habían sido cortados con una tijera zigzag. En la primera página habían escrito con lápiz grafito algo indescifrable:
“Plitvice in Jezersko/ Rimski Vrelec/ Bled”.
Su apellido es Rimsky. La diferencia en la última letra bastaría para colegir que no se trata de la misma familia, sin embargo, al dar vuelta la página y ver la primera fotografía
una caída de agua
experimentó la emoción del viajero cuando escoge un camino que lo llevará a un lugar desconocido. Hasta ese momento ignoraba si sus abuelos prefirieron convertir su pasado en algo desconocido o sus padres no mostraron interés en conocerlo. Su historia familiar siempre fue una pregunta por el olvido más que una certeza de la cual asirse, fragilidad que se trasladó al nombre, al ver los inmigrantes cómo el funcionario de Aduanas chileno inscribía a los Cohen como Kohen, a los Levy como Levi, por lo que Rimsky podía haber sido Rimski.
una niña en traje de baño sentada en una roca,
sustrae la atención que concita la caída de agua
en segundo plano
Los datos familiares que consiguió reunir hablan de una bisabuela materna en Odessa y una abuela nacida en el barco que la traía a Chile. Su abuelo materno vivía en Kiev, a los catorce años con su mejor amigo, algunos hermanos pequeños y el padre cruzaron Europa para embarcarse hacia Argentina. De los que permanecieron en Ucrania (entre ellos su bisabuela) no pudo averiguar nada. Su abuelo paterno proviene de un pueblo llamado Ulanov, ubicado en algún lugar entre Moldavia, Polonia y Ucrania. Su abuela paterna nació en Cracovia aunque después vivió en Varsovia. Todos ellos emigraron a América entre 1906 y 1918. El resto es una confusa deuda inmemorial; el olor de los vestidos de las ancianas de ojos claros sentadas en un recodo sombrío de la piscina del Estadio Israelita, observando tras el velo de sus sombreros a los nietos chilenos; las telas de los vestidos traídos en el barco, el aliento que exhalaban las carteras cuando buscaban un dulce añejo para la nieta de la amiga. Todo eso representó desde su niñez esas tierras innombrables.
la caída de agua y la roca
en primer plano,
vacía
Al momento de encontrar el álbum de fotografías en el mercado persa había planificado un viaje a Ucrania. Como su interés no era encontrar parientes o el nombre en una tumba, decidió que buscar el origen de las fotografías podía ser un destino tan real como el otro
la adolescente en traje de baño levanta los talones
del suelo y extiende los brazos hacia el cielo,
la pelota ha salido fuera de cuadro
y el movimiento se congela.
Tejedoras
Cada vez que la viajera se aventura a un nuevo lugar, siente un cosquilleo interno. Una mañana de enero llega a Safed en los altos del Golán. En la guía turística lee: "atractivo pueblo en la montaña con una rica herencia de misticismo judío, bendecido con una maravillosa vista." La estación de buses queda en un recodo del camino, a los pies de la ciudad. "¿Y si continúo hacia el lago Teverya?", se pregunta. El chofer termina su descanso y sube a la máquina. Seguir de largo, permanecer… En el cuaderno azul escribe las ciudades de destino, las ciudades de paso y las ciudades que no encuentra. Podría dejar la mochila en custodia y echar un vistazo calle arriba, pero si decidiera quedarse en Safed tendría que bajar a recoger el equipaje y volver a subir nuevamente la cuesta hacia el centro. ¿Hay un camino acertado y uno equivocado?
Calle arriba se cruza con un grupo de niñas, los vestidos cubren sus tobillos, cuello y brazos. Telefonea a la dueña de un hostal barato. Quedan de encontrarse en la pensión en diez minutos. “¿Y si regresa a la estación?” Shoshana tiene el cabello canoso, largo y desordenado, de la su barbilla le salen pelos y casi no tiene dientes. La sigue a un pequeño y sucio departamento con cinco catres. Debe estar acostumbrada a leer la decepción en los turistas porque inmediatamente se muestra amable e, incapaz de decir que no, termina pagando los treinta nis (tres mil pesos chilenos) que le cobra por noche. Sale del departamento furiosa. "¿Qué busca? Una ventana por la que atisbar un pedazo de ciudad o un paisaje, y una mesa para colocar la computadora". En vez de eso se encuentra nuevamente en las calles. Un pequeño templo le evoca a su abuelo y a la modesta sinagoga (cuando las sinagogas en Santiago eran modestas) en el segundo piso de una derruida casa de avenida Independencia, que tenía canastos repletos de maní para los niños. Sigue a un hombrecillo embutido en un abrigo negro largo, tocado por un sombrero del mismo color. Dejan atrás el centro, avanzan por colinas pedregosas bañadas con la luz del atardecer. Entre fragmentos de lápidas retorcidas y arrastradas por un derrumbe inmemorial, de modo que es imposible dilucidar cuando se camina por el sendero y cuando por una tumba, circulan como hormigas los religiosos.
El sol empuja el aliento de las nubes sobre las colinas. Hasta una tumba santa iluminada por una lámpara a kerosén llegan tres muchachas, siguiendo la costumbre recogen piedras y las colocan sobre la losa. La joven que lleva un vestido en forma de saco sostiene un libro de rezos entre sus manos. La segunda se sienta en una piedra y una tercera enciende un fósforo, espera hasta que la llama se consuma, pero antes, el dolor la lleva a soltarlo.
– Me contaron que vieron a Ari tomando helados con Ester –dice, probando con un nuevo fósforo.
– Es una traidora, pero me voy a vengar.
– Si tú fuiste la que terminaste con él –grita la jovencita soltando el fósforo con un gritito.
– Qué niñas son –las increpa la ortodoxa.
La intensidad del cielo próximo a apagarse recorta las figuras de la joven ortodoxa, la ex novia de Ari y la muchacha de las cerillas. La viajera está a varios metros de distancia, sigue sus movimientos, no alcanza a escuchar lo que dicen. Aunque se acercase, hablan en hebreo.
Shoshana, la rumana con pelos en la barbilla, ofrece a su huésped una manzana y ella una petaca con vodka. El frío, la soledad o la pobreza favorecen la intimidad. La anciana le cuenta que su esposo la abandonó por otra, se llevó el dinero y le dejó tres hijos. Ellos se casaron y ahora vive sola. Lo dice riendo como si hubiese sido una mala broma, como si le hubiese sucedido a otra, a la turista. Se burla de los ortodoxos que portan celulares bajo sus abrigos negros y se emociona al recordar el dinero que gastó en salvar a su perro que finalmente murió. Recomienda a la más joven tener un hijo porque no es bueno llegar a vieja sola. La huésped le contesta que con tres hijos, Shoshana también está sola. "Oh, me llaman por teléfono", sonríe.
Hoy escribe en la cocina, sobre un viejo mantel plástico, con el ruido intermitente del refrigerador, ante una minúscula ventana a través de la que distingue un árbol y una nube. Ya pagó los treinta nis de esta noche. Por la tarde recorrerá las calles, tal vez vaya al cementerio y se siente en una piedra o sobre una tumba hasta que sea hora de volver al cuarto. Hará tanto frío que se meterá en la cama. Shoshana aparecerá arrastrando las piernas. Como en su niñez, cuando sostenía alrededor de las muñecas la lana que su abuela ovillaba, Shoshana desovillará noche tras noche, a tres mil pesos chilenos la noche, la historia que la huésped enrollará en sus muñecas.
Álbum de familia
El departamento de estudios ucranianos de la Universidad de Tel Aviv es un conjunto de minúsculas oficinas. El profesor B observa ansioso su reloj bajo los pesados libros con lomo de cuero que amenazan desplomarse sobre su nuca.
– Lo siento –dice, depositando el volumen que consultó sobre la mesa cubierta de libros–. Debe ser un poblado o cambió de nombre después de la revolución.
– Tal vez en otro libro –sugiere la visitante.
El profesor B tiene una mancha roja en el cuello. A ella también, cuando está nerviosa, le aparece una mancha roja pero a él, de tanto tenerla, le ha quedado impresa.
– Tal vez en la Biblioteca... –se excusa mostrando los punteros reunidos al mediodía.
una isla fotografiada desde tierra firme,
se divisa la torre de una iglesia
Al final de la mesa, una mujer pálida y desgarbada con el pelo rubio peinado en un moño, permanece inclinada ante una pequeña olla con comida. No sabe inglés, solo ucraniano. La visitante le enseña la hoja del cuaderno escolar forrado con papel volantín blanco, donde el profesor B escribió el nombre del pueblo que busca. La bibliotecaria tapa la olla, sube con resignación dos peldaños de la escala de mano, retira un libro de cuero rojo, lo revisa y lo vuelve a colocar en su lugar, sube dos escalones más, coge otro libro, baja la escalera y despliega el volumen en un mapa de Ucrania.
– Ulanov -señala.
La visitante se encoge de hombros.
– Ulanov –insiste la mujer, señalando un punto minúsculo en una línea férrea.
La visitante intenta hacerse una idea de la ubicación del pueblo natal de su abuelo paterno, pero los nombres están escritos en cirílico. La bibliotecaria echa un vistazo a la olla, coge el cuaderno escolar y dibuja una línea férrea que termina abruptamente en un punto.
– Vinnitsa, Ulanov –se encoge de hombros.
Esquinas
Todas las mañanas entre el 10 y el 20 de enero de 1999, una turista chilena cruzó la esquina de Ben Yehuda con Gordon en el centro de Tel Aviv. Todas las mañanas entre 1925 y 1960, León R salió de su casa en Maruri 329, dobló por Lastra, atravesó Picarte, atravesó Independencia, atravesó avenida La Paz, y se detuvo ante su negocio de abarrotes en La Vega. ¿Cuál de los dos, la turista o el emigrante, persiste en la retícula de la ciudad?
Turismo inglés
Los británicos trabajan años en el Reino Unido hasta que reciben su jubilación y se mudan a Chipre del Sur donde, además del clima, llevan un mejor estándar de vida. Los matrimonios con hijos casados apuestan por una aventura que insuflará bríos a la relación y compran una casa en un condominio que les evoca su hogar de clase media. Mientras el marido cierra las cuentas corrientes, la mujer viaja a disponer de la casa. Desembala los bergeres de cuero, la porcelana, las alfombras, hasta que todo luce "as home". Pasan las semanas, el viaje del esposo se aplaza, la mujer visita un bar donde descubre que a los cincuenta o sesenta años despierta los apetitos sexuales de los jóvenes locales, y enloquece.
En lo alto de la colina que domina el pueblo de P hay un exclusivo restaurante donde los ingleses adinerados intercambian mujeres. Más abajo hay un bar donde los ingleses de clase media comparten sus mujeres con los lugareños.
Desde hace diez años que Chipre del Sur es invadido por mujeres solas o aburridas de un marido que prefiere engrandecer Europa a perder el tiempo en el efímero acto sexual. Ellas viajan a Chipre, Grecia, Turquía, Marruecos o Túnez, atraídas por el mito del amante mediterráneo. No importa que sean chóferes de buses, campesinos, pescadores. Los lugareños –acostumbrados a celebrar los matrimonios arreglados entre familias – pierden la cuenta de las mujeres que llevan al auto, a la playa o a la casa del condominio. Eso sí, tienen clara su preferencia: si la esposa es rubia, la británica será rubia. El amante de Lady Chatterly en los años noventa, un producto turístico económico. Mujeres satisfechas por hombres de sangre caliente exigen menos dedicación a maridos que vuelcan su energía al trabajo. La institución del matrimonio continúa vigente, la Iglesia se muestra satisfecha, y la Unión Europea recomienda incorporar a Chipre gracias al desarrollo de su industria turística.
Plato típico
Cueza las habas, corte una cebolla, un tomate y un trozo de queso blanco (cabra u oveja) en cuadrados. Riegue los ingredientes con abundante aceite de oliva y sal. Sirva con una hogaza de pan fresco y un vaso de vino tinto. Lleve la bandeja a un lugar soleado junto a una pared encalada o a una buganvilla. Tome una silla y ocupe el lugar de la viajera.
La rumana
Al bar en el pueblo de P en Chipre llega una rumana de pelo negro corto y tez blanca. Tiene la belleza ambigua de un muchacho y la sensualidad explícita de una breve falda y una blusa negra transparente. Trabaja como empleada doméstica para un matrimonio inglés con cinco hijos que la ha llevado a Suiza y Francia. Sabe alemán, francés, inglés y español, todos aprendidos viendo telenovelas. Me cuenta que mató a su hermano, golpeó a un profesor y a su novio:
– He likes to make me nervous. I cannot understand. Last night we came here and he didn’t talk to me in two hours, so when he brought me home I kick him and he begun to cry as a baby.
La rumana cuenta la historia de un joven que, cansado de repartir panfletos sin que nadie le preste atención, entrega los papeles y repite: “thank you, fuck you, thank you, fuck you”. A cada persona que entra al bar, la rumana le dice:
– Thank you, fuck you.
Anoche al regresar a casa de sus patrones, un automóvil negro que viajaba a gran velocidad la arrojó contra la cuneta. La joven no alcanzó a distinguir al conductor. Esta noche coquetea con un inglés.
– I want to fuck this man –dice reclinando su el cuerpo sobre el tapete de la mesa de pool, antes de volver a su cuarto de asesora del hogar.
Cada noche aparece en el bar con ropa más atrevida, coquetea con todos y no se va con ninguno.
– Mi novio nunca me ha tocado. No me gusta que me toque, ni siquiera le permito besarme. Ahí viene, hablemos de otra cosa.
Entra un adolescente con dientes de conejo que no le dirige la mirada.
– Ahora voy a hablar contigo en español. ¿Sabes por qué soy así? Debes jurar que no vas a decírselo a nadie. Mañana, espérame en tu casa.
La rumana se acomoda en el sillón que se hunde con una caja de bombones sobre las rodillas.
– Ahora vamos a hablar en español –junta las piernas.
– En Rumania mi padre y mi madre trabajaban fuera de casa, mi hermano grande mayor estudiaba y yo me quedaba cuidando al menor. El mejor amigo de mi padre trabajaba con él en una fábrica de acero. Una tarde apareció en casa. Pensé que le había pasado algo a mi padre, dijo que necesitaba hablar conmigo…
La joven reacomoda la caja de bombones.
– No es necesario que sigas.
– Si, es necesario. Mi hermano chico estaba en el jardín. Pude haber gritado pero no quise asustarlo. Creí que podría quitármelo de encima, pesaba tanto, me sofocaba su peso.
La rumana describe la ventana cerrada, las paredes blancas, la cama desecha, la expresión del padre al volver de la fábrica, los temores de la madre al saber que su esposo salió en busca del amigo, el minúsculo baño donde lavó su calzón, el dolor entre sus piernas, el examen ginecológico, la encarcelación del amigo de su padre… las palabras inscriben la violación, esta vez en su cuerpo testigo. Tañen las campanas de la iglesia. La rumana se levanta. Los bombones caen.
Viernes 23 de abril, Dalyan, Turquía. Al principio voy al café Pearl Jam solo por las noches. Ahora que olvidé escribir, también al mediodía bebo vino barato, refugiados en la orilla del río, imaginando la vida que podríamos llevar si se nos ocurriese un negocio para cuando empiece la temporada. Al mediodía el calor y la embriaguez deshacen los sueños. Solo en la tarde, cuando empieza a correr viento, logramos desperezarnos. Con la noche vuelve a caer sobre nosotros la imposibilidad. Comienzo a sentirme parte de este vicio.
Domingo 25 de abril. Pierdo los anteojos oscuros en las ruinas de Kaunos. ¿En cuántos años más los encontrarán? ¿Qué relato construirán sobre mí?
Miércoles 28 de abril. Navegamos río abajo a comprar anguilas para la cena. El siquiatra que cambió Estambul por la provincia dispone de un lanchón en forma permanente, en realidad, solo pagó el primer día; el lanchero acepta la mora sabiendo que al menos conseguirá un pescado para comer. K habló por teléfono con su novia, está contento y quiere meterse droga. T confiesa dolido que nunca ha podido enamorarse y deja caer sus pesadas manos sobre mí. Las anguilas se escurren por entre las manos de los pescadores que intentan trasvasijarlas de la piscina a un balde. Durante el regreso se salen del balde y resbalan por el bote. El siquiatra usa la camiseta, que luego vuelve a ponerse, para cogerlas. Nos cruzamos con otros turistas que vienen por el día.
Jueves 29 de abril. Abro los ojos y me encuentro en el suelo. T y K aspiran el neoprén que pertenece al hijo pequeño del siquiatra. Las anguilas reptan por la cocina. Utilizo mi chaleco para retornarlas al balde. A T lo ha violentado el hecho de haber aspirar neoprén con K y que yo resbale de entre sus dedos, corre enloquecido por las calles tras la presa que saciará su imposibilidad de amar. No hay luces en la oscuridad. Solo él, yo y una hebra imperceptible que separa el desamparo del deseo de vivir.
Viernes 30 de abril. Dejo la ropa con olor a pescado en el cuarto de hotel. En sentido contrario se aproximan los autobuses colmados de turistas.
Viernes 30 de abril, Fethye, Turquía. Recibo la primera carta electrónica de mi padre. "Tengo la impresión que estás un poco perdida. Usa la cabeza, no cometas tonterías."
Sábado 1 de mayo, Fethye. En el diccionario Lengua Española Tareas Escolares de Zig- Zag no aparece perdida solo pérdida.
Maruri
Durante cincuenta años Abraham K salió de su casa en calle Maruri a las cinco y media de la mañana para ir a vender géneros y jabones puerta a puerta. La crisis económica del año veintinueve hizo llevó a que sus clientes no pudieran seguir entraran en mora. Desquiciado, Abraham se paró en len una esquina de Independencia con Lastra a vocear la mercadería a los transeúntes. Su esposa Ester y su hijo lo encontraron con los ojos extraviados y la boca llena de jabón. Ester cogió sus ahorros y encomendó a Abraham rematar un local en la Vega. Cuando un judío rico se lo adjudicó, personalmente le suplicó que se lo traspasara. Desde ese día Abraham K caminó las cinco cuadras que separaban su casa de la tienda de abarrotes en La Vega. Al mediodía aparecía su esposa y Abraham desandaba las cinco cuadras que lo separaban de la casa de Maruri, vertía en un plato las legumbres que Ester mantenía calientes en una olla envuelta en paños blancos, y volvía a los abarrotes.
Los viernes cerraba a las cinco de la tarde para asistir a una humilde sinagoga ubicada en los altos de una tienda en Independencia. El sábado no trabajaba, no tomaba autobuses, no encendía interruptores ni se afeitaba.
Abraham fue un buen judío. Ester le reprochaba su falta de carácter, de lo cual se aprovechaban los clientes para no pagar. Salvo eso siempre pero siempre respetó la ley de su pueblo. Su hijo también fue un buen judío. El día que se graduó de dentista asistió con sus compañeros a una fiesta. Mientras los demás hacían fantásticos planes, él soñó con abrir una consulta en el barrio alto y comprar un Volvo rojo. Cuando volvió a la casa de Maruri, en la puerta de entrada había una placa de bronce con su nombre y profesión. Durante la noche Ester había sacado los trastos que guardaba en la pieza principal, puesto papel floreado en las paredes y convertido el piso de madera en un espejo, al centro del cual dispuso una silla odontológica de segunda mano. El almacén de la Vega se quemó. Abraham K murió. Ester murió. El hijo de ambos se casó, tuvo dos hijos y compró a treinta años plazo una casa DFL 2 en el barrio alto. Jamás abandonó la consulta dental de la calle Maruri. Las flores del papel mural se ajaron, lo mismo que la silla odontológica, el escritorio, las obras completas de Freud, la Montaña Mágica de Thomas Mann, América de Kafka, Éxodo de León Uris y Los Hermanos Karamazov. La parte de atrás de la casa fue arrendada a veinte inmigrantes peruanos que trabajan en labores domésticas. Ellos producen los ruidos que el hijo de Abraham y Ester escucha todos los martes y jueves de dos a cinco de la tarde, mientras teme por su hija que se pierde en Turquía.
Álbum de familia
En las montañas calcáreas de Capadocia, la gente que huía de la persecución religiosa cavó casas e iglesias, pintó frescos, esculpió altares, mesas, camas, sillas, dibujó la libertad en una celda. Una noche de verano se encuentra allí con dos turcos, hijos de emigrantes macedonios, y una eslovena. Los tres comparten la cultura balcánica. No sólo coincide el lenguaje, también los postres de infancia, las canciones populares, los programas de televisión… Tiene la sensación que nombran la leche nevada, el corre-el-anillo, la casa donde vivía Paulette y su madre que se acostaba con hombres que no eran su marido, los Establecimientos Oriente, el Chancho con chaleco, la cuncuna de los Juegos Diana, el instante en que la lona se cerraba y ella apretaba la mano de su abuelo.
un hombre y una mujer posan ante un muro blanco. La mujer lleva un coqueto sombrero ladeado y en su mano derecha aprieta una cartera. La mano izquierda descansa en el brazo de un hombre que viste uniforme militar.
Sonríen
Los dos hombres que nacieron, se casaron y tuvieron hijos en Turquía lloran por una Macedonia que no alcanzaron a conocer. Su canto envuelve las montañas y las huellas de los emigrantes en los muros.
De regreso a la pensión la eslovena comenta que las palabras, los bailes, las canciones y los programas de televisión recordados por los hijos de emigrantes hombres no corresponden a Macedonia.
Por primera vez durante el viaje muestra el álbum fotográfico que encontró en el mercado persa de Arrieta. La eslovena reconoce su país. Plivitce significa vacaciones. Bled corresponde a un balneario a orillas de un lago. Jezersko, a un pueblo fronterizo en los faldeos de los Alpes. ¿Qué podrían haber estado haciendo sus parientes allí? A la eslovena se le ocurre desprender una fotografía del marco de papel para ver si tiene algo escrito al reverso y descubre una fecha: 1940.
– Siento decirte que en esa época el ejército austriaco estaba bajo el dominio nazi por lo que difícilmente puede tratarse de parientes tuyos. Hay algo más –vacila –Rimski significa baño romano, por lo que Rimski Vrelec –posa su mano en el brazo de la chilena – es un lugar de baños termales.
la mujer que posó con el militar ante el muro ha dejado cartera y sombrero en el pasto. En traje de baño sostiene las patas delanteras de un perro que se ve obligado a caminar cómicamente en sus patas traseras
Guarda la hoja con el nombre del pueblo donde nació su abuelo paterno entre las fotografías encontradas en Chile con un apellido que no es el suyo escrito en la primera página. Seis meses hace que viaja con un álbum sin relación con su biografía. En las montañas de Capadocia el lazo aparece tan frágil.
Podil
La lluvia moja a la extranjera que sin dirección en Ucrania, desconoce dónde está el río, el centro, la Sinagoga de Podil, temblando se refugia en una fuente de soda. Los espejos en el techo reflejan la suciedad, el frío, el abandono, a una mujer gorda y canosa que bebe vodka en un vaso plástico. Viajar es una forma de mirarse, no al espejo, sino en el charco.
un joven en traje de baño, acostado de espaldas sobre la balsa, con sus codos apoyados en los troncos, contempla la lejanía.
La joven a su lado se broncea con los ojos cerrados,
la niña gorda que los acompaña solo lleva puesto el calzón del traje de baño y al inclinarse hacia delante para tomarse los pies con las manos,
sus senos infantiles salen hacia fuera
Domingo 26 de junio, Podil. La lluvia escampa, sale de la fuente de soda, cree reconocer una esquina, un número de tranvía que no es, un mercado. La espesura de la crema ácida, el olor a la leche cortada al sol que su abuela destilaba en una media para conseguir ricota, las espinas de las anchoas que extirpaba bajo el agua de la llave clavándose los dedos, el largo mesón de verduras en conserva: berenjenas, repollos, zanahorias, pepinillos. Las vendedoras la seducen con sus voces. Al final del pasillo la más joven solo tiene para ofrecer pepinillos en escabeche, con un movimiento de ojos señala el frasco de vidrio. Su mano enrojecida extrae un pepinillo con la piel blancuzca, la carne fofa, llena de agua… Las demás vendedoras saben que a los pepinillos de la joven les falta sal. La extranjera también lo sabe porque cuando escabecha pepinos en la cocina de su casa en Santiago, le quedan blancuzcos y fofos, llenos de agua. Ahora en Podil, donde no está su casa ni la de Moisés M, enterrado en el cementerio Israelita de Santiago, en vez de escoger un pepinillo en su punto compra el defectuoso y conserva el mito.
en una silla de lona, de espaldas a la cámara,
una mujer en traje de baño abraza a una niña
que oculta el rostro en su regazo
Álbum de familia
Entre 1905 y 1918 Aída G abandonó Polonia en pos de una fantasía. En 1999 su nieta abandona Chile para evocar una fantasía. Cuando llega a Cracovia, todas las mañanas entre el lunes dieciséis y el martes veinticuatro de agosto, camina desde el centro de Cracovia hasta Kazimierz, el barrio donde posiblemente nació su abuela paterna. Se sienta en la solera (el dinero para restaurantes se terminó) y contempla a los turistas consultar las guías de viaje donde se explica que allí vivían los judíos antes de la Segunda Guerra; contempla un coche a caballo que se anuncia con una campana, a un ebrio que bebe cerveza en compañía de un niño, la explanada donde antes estaba la plaza y ahora estacionan sus automóviles los judíos propietarios de los restaurantes y tiendas de souvenir; contempla el letrero que pide a los paseantes cambiar de acera porque esa fue edificada con huesos y cráneos de judíos asesinados en un campo de concentración; contempla la pasión de Moisés M y el desamparo de Rosa S por convertir a su nieta chilena en un imposible, a un hombre que parcha con yeso el frontis de una casa.
Entre 1905 y 1918 Aída G abandonó Polonia en pos de una fantasía. En 1999 abandono Chile para evocar una fantasía. Cuando llego a Cracovia, todas las mañanas entre el lunes 16 y el martes 24 de agosto, camino desde el centro de Cracovia hasta Kazimierz, el barrio donde posiblemente nació mi abuela paterna. Me siento en la solera (el dinero para restaurantes se terminó) y contemplo a los turistas consultar las guías de viaje donde se explica que allí vivían los judíos antes de la Segunda Guerra; contemplo un coche a caballo que se anuncia con una campana, a un ebrio que bebe cerveza en compañía de un niño, la explanada donde antes estaba la plaza y ahora estacionan sus automóviles los judíos propietarios de los restaurantes y tiendas de souvenir; contemplo el letrero que pide a los paseantes cambiar de acera porque esa fue edificada con huesos y cráneos de judíos asesinados en un campo de concentración; contemplo la pasión de Moisés M y el desamparo de Rosa S por convertirme en un imposible, a un hombre parchar con yeso el frontis de una casa. Contemplo mi trizadura que transporto como un hogar…
En 1998 la autora de este libro encuentra un pequeño álbum de fotos en un mercado callejero de Santiago. Contiene antiguas fotografías de una familia de Europa del este y en la primera página aparece manuscrito su apellido, Rimsky. Como nieta de inmigrantes judíos polacos y ucranianos, nunca supo qué ocurrió con la parte de su familia que quedó en Europa, por lo que las personas que aparecen en las fotografías bien podrían ser sus familiares. Con el álbum en la mano, decide hacer el mismo viaje que hicieron sus abuelos en 1907, en reversa. Viaja por Londres, Israel, el sur de Egipto, Chipre, Rodas, Turquía, Ucrania, Polonia, República Checa y Eslovenia. En todos los países observa las rutinas cotidianas y el reflejo que dichas rutinas tienen en el país que dejó atrás. En Turquía encuentra una arquitecta eslovena que reconoce los paisajes del álbum de fotos: corresponden a Jezersko, un pueblo esloveno en la frontera con Austria.
La autora continúa viaje a Ucrania para buscar el pueblo donde nació su abuelo, constatando que nada queda. En Cracovia, donde naciera su bisabuela, visita diariamente la misma calle escudriñando las huellas del pasado en el presente. Finalmente llega a Eslovenia y viaja a Jezersko. Después de varias indagaciones, es conducida a la misma casa donde fueron tomadas algunas de las fotografías del álbum: una antigua posada de principios del siglo pasado. La familia propietaria tiene las fotografías de todos sus ancestros bien clasificadas y guardadas. Solo les falta una que está en el viejo álbum que la autora encontró en el Mercado callejero de Santiago de Chile. La autora les entrega la fotografía, completando así el álbum familiar de aquellos desconocidos, quedando su propia historia familiar como un vacío que solo puede ser llenado por la literatura.
Poste Restante es un puzzle que contiene mapas, listas de alimentos, páginas de su diario de viaje, cuentas, relatos, trozos de periódicos, fotografías, y una descripción poética de las fotografías del álbum. En este retorno a sus raíces, la narradora descubre que el pasado es solo una ilusión que la realidad engañosamente alberga. La confrontación de la autora con el palimpsesto de su herencia convierte este libro en un testimonio y en una alucinación.
Poste restante. Primera edición. Editorial Sudamericana 2001
Premios: Poste Restante obtiene el segundo lugar en los Juegos Literarios de la Municipalidad de Santiago, 2002.
Poste restante. Segunda edición. Sangria Editora, 2010
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