La carrera virtual
La columna de Rocío Giménez Azcurra
18/11/2022
Afrontar nuestra sociedad postpandémica en los gráciles años de la temprana adultez, ¿cuáles son las modalidades de relacionarnos que brotan en este marco tan históricamente único y extraño por su naturaleza global? ¿cómo reajustarnos para no dividirnos torpemente entre nuestra identidad en carne y hueso, y nuestro avatar online? ¿cómo no perdernos en fantasías virtuales? ¿cómo nos encontramos con nuestra identidad a través de los demás en la era digital? Nuestra queridísima ciudad de la furia nunca dio tanto crédito a su nombre como en estas noches de retorno a la vida nocturna porteña, aún más viva por el florecer del calor primaveral, dejando las calles llenas de jóvenes inquietos, enérgicos y sedientos de potenciales anécdotas. Pero las ganas acumuladas de zambullirse en la aventura no están sino mezcladas con una ansiedad generalizada, que han empujado el concepto de FOMO en el centro de la escena, que si bien no por vez primera, sí con un correlato virtual que pisa más fuerte que nunca.
El acrónimo FOMO refiere a Fear Of Missing Out, que significa miedo de perderse algo. Se trata de la sensación de temor de no estar experimentando algún objeto o evento gratificante que los demás sí están disfrutando, y fue un término acuñado por el Dr. Dan Herman, un CEO de ventajas competitivas en Strategy Consulting. Justamente, la posición en la que nos deja el FOMO, si bien tiene un acento en los demás¸está lejos de nacer de un punto de vista comunitario, de un compartir experiencias con la otredad, si no que se trata implícitamente de una competencia del placer, como si se tratase un otro objeto más a comprar en el mercado. El placer en la fiesta totémica sin fin de la vida porteña toma diversas formas en esta carrera individualista; los jóvenes hoy en día pueden competir por quiénes van la última fiesta de moda, quiénes se compraron el último IPhone, quiénes lograron ir a cierto recital exclusivo, y así comunicarlo entre sus pares, tener el reconocimiento de estar en todas, de ver quién es más capaz de recompensar el tiempo que se estuvo encerrado.
Si bien es un término acuñado en la década de los 90’s, hoy en día el FOMO tiene permiso en nuestras psiquis como nunca antes gracias a nuestros medios virtuales. Naturalmente, el uso de las redes sociales se disparó durante el aislamiento por la pandemia de COVID-19, pero, sin embargo, el retorno a la presencialidad no provocó una disminución del mismo, parece estar sosteniendo su prevalencia bien ganada. Sea por la red social que sea, se nos bombardea constantemente con información de todo tipo: el último delito viralizado en un video, la polémica romántica de algún personaje de la farándula argentina, una injusticia de misoginia en el otro lado del mundo, el show escandaloso de un artista pop x, o el casamiento del que era tu mejor amigo en la infancia; todo en el mismo bizarro nivel, a una única aplicación de distancia, sin ningún tipo de jerarquización más que el filtro personal de intereses que hacemos en el momento (eso sí, filtrado antes por los algoritmos de las redes). El poder acceder a lo que los demás quieren mostrar como si se tratase de un vecino más puede ser la puerta de entrada a esta ansiedad social, a un preguntarse constantemente por el otro desde esta posición en detrimento con uno mismo. A fin de cuentas, ¿no significa esta pregunta evadir la situación actual? ¿no significa, por ello, desvalorizar el presente que sea que estemos habitando? Lo que sea que tenga el otro en las manos, si es capaz de vendérnoslo bien en una historia de Instagram, nos tienta más que lo nuestro. Las herramientas virtuales para llegar a ello nos sobran, pululan tantos formatos para todos los gustos para seguir dándoles este uso tan desgastante a nuestra salud mental: la muy reciente popularización de la red social BeReal sintetiza a la perfección esta cuestión.
En ella, se debe subir una foto de la cámara trasera y frontal del celular a cierta hora predeterminada, y sólo así se puede acceder a las fotos que suban tus amigos. Este update en tiempo real puede generar una constante presión de siempre estar haciendo algo que valga la pena publicar, algo que se vea lo suficientemente interesante, y cuyo uso sin moderación puede empujarnos a vivir nuestra rutina diaria través de una mercantilización de nuestras experiencias. Puede volcarnos en una superficialidad atroz en la que la cámara nos sigue a todos lados, como si se nos impusiese un complejo de personaje principal inescapable. Siendo esta una de las formas en las redes en las que todos podemos ser público y espectáculo a la vez, resulta más que necesario recordar el panóptico de Foucault, en tanto disociación del ver y ser-visto: la dinámica de BeReal tiene todo el potencial para encarnar el panoptismo, pues el joven que participa se sabe visto/vigilado por el resto, y se sabe parte del mirar/vigilar de los demás. Una dinámica de feedback constante, sin respiro, que parece apuntar a la seducción de lo que pensamos que es la mirada ajena.
En esta coyuntura de miradas virtuales que tiene todo el poder para condicionar tiránicamente la forma en la actuamos por fuera de nuestros dispositivos, ¿cómo podemos no arriesgar nuestra salud mental? ¿podemos alimentar nuestro ego sin desequilibrarnos, sin volvernos dependientes del feedback virtual? ¿cómo podemos compartirnos en las redes sin diluirnos en el otro, sin ser absorbidos por su reacción? ¿cómo lograr conexiones genuinas que no se pierdan en este juego de humo y espejos? Son muchas las posibles preguntas al respecto, pero esta cuestión de nuestra interacción online no tiene por qué tener una salida pesimista. A fin de cuentas, no hay que demonizar las redes sociales, no poseen en su esencia ninguna etiqueta moral del bien o el mal, son simplemente una vía más de comunicación; como en toda herramienta, es sólo la forma en la que son utilizadas lo que las puede tornar perjudiciales para nuestra persona. Cada quién sabrá las intenciones con las que se loggea a su cuenta de Instagram o con las que sube una foto a BeReal; solamente el sabernos conscientes de ellas y el poder cuestionarlas nos puede alejar de la desgastante competencia con el otro, ciega y sin fin, para acercarnos más al compartir en el sentido de encontrarse con el otro para enriquecerse, para abrazarnos en la virtualidad.
Biografía
Rocío Giménez Azcurra es una estudiante en la Facultad de Psicología en la Universidad de Buenos Aires desde 2019. Nació en Avellaneda en la provincia de Buenos Aires. Se interesa principalmente por la psicología social y por el psicoanálisis de escuela francesa. Además volcarse a la escritura, es artista visual tradicional y gusta de explorar la pintura al óleo.