María Kodama, Widow of Jorge Luis Borges, Dies On This Day in History, March 26th, 2023
David Garyan’s Visual Poem “Italianarsi” Translated into Italian by Emilia (@the.misfit.polyglot)
David Garyan’s Poem “Italianarsi” Translated into Italian by Emilia (@the.misfit.polyglot)
Thank you so much to Emilia (@the.misfit.polyglot) for translating!
Original English Text
Italianarsi
Walk slow.
Talk fast.
Drive fast.
Live slow.
With great people.
With bad bureaucracy.
Be true—
honesty is key.
Make good impressions—
bella figura must agree.
You’re late?
We’re flexible.
Cappuccinos after lunch?
You must not be Italian!
You make mistakes?
We forgive them.
Chicken on pasta?
Beyond redemption.
Be relaxed. Be informal …
… titles, status, and age
are vital.
On buses,
the young give
their seats to the old.
In life, they leave
Italy to find jobs.
Italians are masters of romance.
Birth rates are declining.
Italians are all about family.
Europe’s lowest marriage rate is in Italy.
Be kind—say permesso
when you must pass.
Be passive—form queues
however you want.
Improvise and innovate.
But don’t change tradition.
Don’t leave the house
with wet hair—
colpo d’aria,
but smoking …
… even near your kids,
is okay.
We’re open
and curious about you.
Best not bring foreign food
to our dinners.
Drink in moderation.
Don’t share your pizza.
Never break spaghetti,
even if no one’s looking.
If you see no cars,
cross on red,
and don’t stop
at stop signs—
some laws are meant
to be broken.
Italians are gentle,
Italians are kind—
Italians have the harshest
prisons in Europe (41-bis).
Drivers
have no time
letting people cross.
People
have much time
staring at strangers.
Homes are very clean,
locals well-dressed—
you’ll often see both
on neglected streets.
There’s campanilismo—
pride for one’s town—
yet dialects are dying …
… it’s discouraged to speak them.
If you come to Italy,
you’ll love it right away,
but, in the end,
love is always hard.
About David Garyan
David Garyan has published three chapbooks with Main Street Rag, along with (DISS)INFORMATION, a full collection with the same publisher. He holds an MA and MFA from Cal State Long Beach, where he associated himself with the Stand Up Poets. He received a master’s degree in International Cooperation on Human Rights and Intercultural Heritage from the University of Bologna. He lives in Trento.
9) Tienda de abalorios: columna por María Mercedes Di Benedetto
Tienda de abalorios
por María Mercedes Di Benedetto
Se denomina abalorios a diversos tipos de elementos confeccionados en múltiples formas, materiales, colores, diseños y calidades. Las más de las veces, sirven sólo como ornamentación carente de valor. Así pretende ser mi columna en el prestigioso edificio cultural de Interlitq: una oferta de temas varios sin pretensiones filosóficas ni literarias, una simple tienda de abalorios y palabras.
- PÁJAROS DE TIERRA: LAS GIRAS DE LAS COMPAÑÍAS RADIOTEATRALES (a mi tía Rudiel Wilde, que apenas hace unos meses se fue de gira)
En aquellas décadas de los ’40, ’50 y ’60s, las giras de los elencos de radioteatro eran esperadas ansiosamente por hombres y mujeres de todo el país, después de haber seguido por radio con atención casi devota la historia, capítulo a capítulo.
Las travesías que hacían las Compañías por los caminos de la patria (y a veces hasta de las patrias hermanas, como Uruguay o Chile) detentaban ciertos ingredientes que, por reiterados, son casi condición sine qua non de las giras radioteatrales de esos tiempos. Haciendo una síntesis, podríamos hablar del estado calamitoso de las rutas, empeorado por inoportunas lluvias y alguna que otra inundación; de la solidaridad y el afecto inmensurables de la gente de los pueblos, que brindaba albergue, comida y obsequios de todo tipo a la troupe que arribaba al lugar, y finalmente, todo el rosario de anécdotas entre las que califican en primer término, por risueñas y a veces hasta por increíbles, las reacciones que provocaba en su contra el villano de turno. La autora y actriz Mabel Loisi, en una publicación de Argentores, afirma: desde los Podestá, que hacían sus giras en carretas y cavaban zanjas para protegerse de las tormentas y de los indios, las giras no cambiaron demasiado. Y recuerda funciones a pesar de la nieve, y escenas en las que los actores, al hablar, podían ver el vapor de su aliento, a causa del gran frío reinante.
En sus conversaciones con Nora Mazziotti, recopiladas en el libro Soy como de la familia, Alberto Migré rememora: “Teníamos un camión para los decorados, que iban con el maquinista y el ayudante de maquinista. Por lo general también iba el representante de la Compañía que llegaba más temprano, llevaba los afiches, y cuidaba que todo estuviera medianamente bien y que se pusiera alguna luz. Para el teatro yo escribía una síntesis de la novela radial, de dos horas de duración (…) En el Cine Pueyrredón, de Flores, metimos en una sola función 2300 personas.”
DE VAMPIROS, GALLINAS Y FUNCIONES CIRCENSES
Mabel Loisi también recuerda sus giras por el país, no exentas de incidentes y sorpresas:
“Cuando hicimos la historia de El Caserón del Vampiro, encargamos al escenógrafo un gran ataúd, cuya tapa tenía el dibujo del vampiro. Íbamos por esos caminos de Dios con un micro que no puedo decir el estado lastimoso en el que estaba… y en el trayecto perdimos la tapa del cajón. El director se preocupaba porque no teníamos la tapa y yo me preocupaba porque pensaba: los que estén en el campo y vean una enorme tapa de sarcófago con un vampiro, van a quedar aterrados. Hay una infinidad de cosas que pasan en las giras, todos los días es una anécdota. Pero todo era grato. No había malos momentos, había un gran compañerismo. De pronto preguntábamos -¿Dónde nos cambiamos? – Acá. Y acá era el gallinero. Una vez en san Rafael, Mendoza, no podíamos llegar porque había nevado. Pero el teatro estaba lleno. La gente había ido con mantas, con sillas. Así que dijimos: bueno, de alguna manera hay que llegar.”
El autor Víctor Agú recuerda su época de oyente, antes de convertirse en un prolífico escritor de radio y televisión:
“Yo vivía en un pueblo muy chico, Hersilia, en la provincia de Santa Fe y escuchar radio era difícil, perdías la conexión si había viento o si se cortaba la luz, cosa que era muy frecuente. En las radios locales no había ficción. Las Compañías de radioteatro, como la de Jaime Kloner, actuaban en los circos Y era sumamente interesante ver la propuesta radial llevada al teatro y dentro del espectáculo circense. Ahí, con la llegada del circo, tomo contacto con la ficción radial por primera vez: yo cerraba los ojos por momentos, e imaginaba eso que estaba oyendo, como si lo estuviera viendo.”
EN CASO DE INCENDIO LLAME AL AUTOR
La actriz Rudiel Wilde (1922-2022) recuerda lo proverbial que resultó llevar al autor en las giras con el resto del elenco, en una ocasión en que para salvar la función hubo que reescribir contrarreloj el tercer y último acto de la historia, mientras en el escenario los actores todavía interpretaban el segundo:
“En la provincia de Santa Fe, en 1958, haciendo La bruja está en el galpón, Mario Gantes salía en el primer y el segundo acto con una máscara, encorvado y moviéndose con muchos gestos y ademanes por el escenario, asustando al público. La identidad de la Bruja no se resolvía hasta el final, y la trampa era que la gente creyera que la bruja era el personaje que también hacía el mismo actor, pero en realidad era yo, que era la primera actriz. Pero esa noche, mi compañero sale como siempre y hace toda su pantomima, salvo que…se había olvidado de ponerse la careta. Y recién comenzaba el segundo acto! No podíamos parar la función, aunque todo parecía un fracaso, así que Orlando Cochia, el autor, se puso a reescribirla ahí nomás, detrás del escenario, y le cambió el final sobre la marcha. ¡El público ni se enteró de que esa noche asistió a una función única!
QUÉ HACER CON EL MUERTO
Continúa recordando Rudiel Wilde:
“Hacíamos el fin de fiesta con Julio Montes, que también bailaba chamamé y tocaba el acordeón. A la Isla Alto Verde, provincia de Santa Fe, fuimos cuatro o cinco veces y dimos funciones gratis para los que no habían podido pagar. Llegábamos con lanchas, lo mismo que cuando íbamos a Salto uruguayo. Salíamos de Concordia en dos lanchas; en una iba el decorado y en la otra, nosotros. Eso lo hicimos todo un año. Transmitíamos por radio y después hacíamos las funciones. Siempre teníamos mucha gente esperándonos a la salida de la radio, pero no era tanto como el fervor que sentíamos cuando salíamos de gira por el interior. A veces, llegábamos a los pueblos y parecía que no iba a venir nadie, y cuando a pesar de la decepción ya estábamos a punto de salir a escena empezaba a aparecer público por los cuatro puntos cardinales. Iba llegando la gente, se llenaba de caballos, sulkys, camionetas. Traían de regalo huevos, pollos. Una vez una señora me abrazó y me regaló una gallina. Eran cosas simples, pero con cariño. La verdad es que eran con mucho cariño. En Entre Ríos nunca nos fue mal, nos cruzábamos a Salto (Uruguay) a hacer la obra que antes habíamos transmitido por radio. A veces el escenario se armaba entre los árboles, nomás. En Santa Fe también hacíamos radioteatro y una vez vino una señora, una oyente, a mostrarme a su hijita recién nacida. Le había puesto de nombre Rudiel, por mí. Eso me emocionó mucho, mucho. No sucedía lo mismo con el villano de la obra: generalmente esperaban al actor a la salida para pegarle e insultarlo.
En el año 1956 estuvimos un año en Uruguay, y además salíamos por Radio Salto. Recuerdo que en la ciudad de Tacuarembó, al norte del país, el protagonista mataba al villano con unos disparos y se veía la sangre, la pintura roja que el primer actor se reventaba en el pecho. Ya acabada la obra, mientras desarmaban la escenografía, mi esposo y yo fuimos a tomar algo a una especie de bar que había frente al teatro. Un hombre del público, muy compungido y preocupado se nos acercó y por lo bajo le preguntó a mi marido: –Don ¿y ahora cómo van a hacer con el muerto?
TECNOLOGÍA DE PUNTA
Las Compañías más populares ofertaban una programación que incluía temáticas policiales y de misterio, mucho humor y el clásico “Fin de Fiesta” luego de la obra, por lo que, al armar el elenco, se privilegiaba a aquellos actores y actrices que supieran tocar algún instrumento, cantar, bailar, zapatear, recitar, etc. Era muy común que afiches y volantes añadieran, bajo el título de la pieza teatral, en grandes caracteres tipográficos y enmarcadas profusamente por signos de admiración, un rosario de palabras como: ¡Suspenso! ¡Emoción! ¡Carcajadas! ¡Canciones! ¡Bailes! ¡Tres horas de extraordinario espectáculo!
A fines de los 50s, algunas Compañías publicitan sus giras con grandes afiches que explican los adelantos tecnológicos de la puesta en escena:
“CON LA NOVEDAD EXCLUSIVA DE PRESENTAR POR PRIMERA VEZ EN LA HISTORIA DEL RADIOTEATRO ¡CINE Y TEATRO A LA VEZ! PUES AQUELLAS ESCENAS QUE NO PUEDEN SER REPRESENTADAS EN EL ESCENARIO, EL PÚBLICO LAS VERÁ EN PELÍCULA QUE SERÁ PROYECTADA POR UNA INGENIOSA COMBINACIÓN TÉCNICA EN EL TRANSCURSO DE LA OBRA TEATRAL”
EL HAMBRE DE LOS ELENCOS EN GIRA
Los inicios de la ficción radial estuvieron llenos de tropiezos y dificultades, sobre todo en lo concerniente a remuneraciones. Entre 1930 y 1933, en Radio Municipal se pagaban 30 pesos a las figuras de primer nivel, mientras que otros artistas, en busca de cartel, trabajan gratuitamente a cambio de que se los nombrara durante el transcurso de la audición. En un principio la paga por la actuación del conjunto consistía en la comida, que se preparaba en la misma radio. Por toda retribución, en Radio El Pueblo se servía café con leche a todos los artistas que participaban en los ciclos de radioteatro.
En las giras solían hacerse funciones prometedoras a sala llena y dinero de las entradas para repartir, pero las hubo también suspendidas o con escaso público debido sobre todo a contingencias climáticas, tormentas eléctricas, nevadas, inundaciones.
Lo cierto es que el hambre de los elencos era vox pópuli y lo comprueba que en la película argentina “La cabalgata del circo” (1945), al ver que se acerca el carromato por el camino, un niño avisa gritando a su madre: -¡Mamá! ¡Mamá! ¡Guardá las gallinas que vienen los artistas!, dando cuenta de la inestable economía de los cómicos de la legua.
Sin embargo, en el auge del género una actriz o un actor podían convertirse en estrellas y alcanzar la tan soñada prosperidad -aun a costa de algún sacrificio personal-, como lo muestra este testimonio de María Concepción César:
“Yo venía haciendo radioteatro con Armando Discépolo y con grandes actores nacionales. Pero un día Roberto Valenti, que venía de hacer “Fachenzo el maldito”, me dice: –María Concepción, yo sé que usted es egresada del Conservatorio con el Premio Nacional, yo sé toda su historia, lo que le voy a ofrecer es una obra en Radio del Pueblo, y en tres meses la saco en gira. Usted se va a hacer millonaria. ¿Dónde vive? —En Floresta. ¿Sus padres son dueños? —No, alquilan. ¡Correcto! Usted va a tener mucho dinero, querida, se va a poder comprar lo que quiera. Pero eso sí, se tiene que olvidar de todo ese teatro importante que usted quiere, del Cervantes y de sus películas. No me conteste ahora, piénselo. Y lo pensé mucho. Y esa noche lloré mucho también.”
ACTOR MUY SECUNDARIO PARA CIRCO SE BUSCA
En muchas ocasiones, para abaratar los gastos inherentes al traslado, las Compañías de radioteatro viajaban con los responsables de los papeles protagónicos y con los secundarios más importantes, y convocaban a los vocacionales locales para completar los roles menores en el elenco. Estas oportunidades eran siempre bien recibidas y aprovechadas por los artistas regionales porque podían contabilizar en su haber la experiencia de trabajar con los “grandes”, con los “famosos” de la radio y el teatro. No todos, claro, salían airosos o ilesos de estas participaciones. El oyente Juan Pedro Fresi (1926-2010) nos dio su testimonio:
“Allá por 1920, 1930, todavía había circos criollos dando vueltas por Bernal, en la provincia de Buenos Aires. Mayormente tenían payasos y trapecistas y daban obras como de teatro. Yo apenas me acuerdo, era muy chico, tengo una visión así como de un sueño, de haber estado en el circo de Adalberto Campos con mi mamá, mi papá y el finado Ferro, que era uno de los pocos vecinos que teníamos, porque en esa época por acá era todo campo y quintas, y había una casita acá y otra por allá lejos. Eran circos medio pobres, tenían malabaristas y eso, pero nada de fieras, no les daba la economía para mantener animales como tenían los grandes circos. Incluso cuando hacían obras de teatro o radioteatro a los extras los contrataban en la zona misma, para no encarecer los costos.
Mi finado tío Pancho trabajó en el circo criollo. Se ve que tenía vocación de artista, incluso mi mamá decía que había llegado a trabajar con Evita Duarte de Perón. Pero la cosa le duró poco, porque una vez cuando estaban haciendo “Juan Moreira” le tocó hacer de soldado y lo mataban, entonces unos paisanotes lo tenían que tirar junto a otros muertos en un carro que había y cayó tan mal que se fisuró una costilla. Nunca más quiso volver al circo criollo ni a ninguna otra actuación”.
Caminos polvorientos, aventuras agridulces, distancias de horizontes lejanos y un destino guiado por la Cruz del Sur y la Rosa de los Vientos…Tenía toda la razón el actor Tomás Simari (1897 -1981) cuando afirmaba: los cómicos… somos pájaros de tierra.
FOTOGRAFÍAS
Durante las giras, se transportaban los gigantescos telones pintados y algunas siluetas de árboles para completar la escenografía. Escenas de “Amor Salvaje” de Orlando Cochia. El villano, el galán (Rolando Chaves) y la indiecita Lanza Pampa (Rudiel Wilde), Compañía Radioteatral de Aldo Lucci, 1958 (archivo de la autora).
María Mercedes Di Benedetto (Photo: Mauricio J. Flores)
Biografía
Argentina, egresada de la carrera de Guionista de Radio y Televisión (ISER), ha sido docente de esa casa de estudios y de institutos terciarios y universidades en las carreras de “Locución Integral”, “Producción y Dirección de Radio y Televisión” y “Guion de Radio y Televisión”. Durante 20 años fue docente en escuelas medias en Lengua y Literatura y en talleres literarios y de periodismo.
Especializada en la investigación del radiodrama en Argentina, lleva editados tres libros sobre el tema, el último en 2020, “HISTORIA DEL RADIOTEATRO NACIONAL”.
Autora y docente de ficción radial, recorre el país brindando seminarios y talleres sobre el tema, dirigidos a docentes y público en general, a través del Ministerio de Educación y de ARGENTORES. Sus obras se han emitido por radios nacionales e internacionales.
Ha recibido numerosos reconocimientos por sus obras teatrales y radiodramas; ganadora del Fomento INCAA con su documental de cuatro capítulos para televisión “Artesanos del aire / Historia del Radioteatro Nacional”. Obtuvo el 1er premio en la convocatoria 2004 para radioteatro del Centro Cultural R. Rojas de la Univ. de Buenos Aires UBA, además de cinco Premios Argentores a la Producción Autoral, ganadora también en 2020 en la convocatoria del Instituto Nacional del Teatro con su radiodrama sobre la vida de la soprano Regina Pacini.
Con un profesorado en Historia inconcluso, ha escrito más de cuarenta docudramas y obras de teatro para sus ciclos “Mujeres de la Historia Argentina” y “Hombres y Mujeres con historia”, presentados en diversas salas del país.
Su obra para niños “Las Hadas de la Tierra Encantada” ha salido en gira nacional abordando temas como la ecología y el cuidado del medioambiente. El elenco, convocado por la Secretaría de Medioambiente y por el Ministerio de Cultura de la Nación recorrió 23 provincias brindando funciones en forma gratuita para escuelas de todo el país.
Ha participado como expositora en diversos Congresos de literatura y de medios de comunicación y en Bienales internacionales de Radio, así también como Jurado y Tutora de Proyectos en certámenes nacionales de literatura y de Arte Joven. En septiembre 2022 integró con su ponencia el Symposium por los 100 años del Radiodrama Internacional organizado por la Universidad de Regensburg, Alemania.
En los últimos años ha presentado en Madrid obras para Microteatro: “Comer por amor”, “El día del huevo”, “Testamento” y “Viuda Negra”, con dirección de Marcelo Díaz.
Actualmente se desempeña como Secretaria del Consejo Profesional de Radio de ARGENTORES, Sociedad General de Autores de la Argentina.
7) Tienda de abalorios: columna por María Mercedes Di Benedetto
Tienda de abalorios
por María Mercedes Di Benedetto
Se denomina abalorios a diversos tipos de elementos confeccionados en múltiples formas, materiales, colores, diseños y calidades. Las más de las veces, sirven sólo como ornamentación carente de valor. Así pretende ser mi columna en el prestigioso edificio cultural de Interlitq: una oferta de temas varios sin pretensiones filosóficas ni literarias, una simple tienda de abalorios y palabras.
- SUBTERRÁNEOS DE BUENOS AIRES: POSTALES DE UN OTROMUNDO SUMERGIDO
“Pensé en un laberinto de laberintos, en un sinuoso laberinto creciente que abarcara el pasado y el porvenir. Alguna vez, los senderos de ese laberinto convergen. Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o se ignoran.
El tiempo se bifurca perpetuamente hacia innumerables futuros.”
(El jardín de senderos que se bifurcan, Jorge Luis Borges)
LÍNEA A
Buenos Aires a comienzos del siglo veinte. Una ciudad cosmopolita con un importante progreso urbano, en la que ya funcionaban el tranvía y el alumbrado eléctricos. Desplegando todas sus galas se convertía en la Reina del Plata y con la inauguración de la línea A construida por la Compañía Anglo, Argentina se constituía en el primer país de Sudamérica en poseer un transporte subterráneo.
En su viaje inaugural participaron autoridades nacionales y comunales y un total de cien mil personas. Con vagones adquiridos en Bélgica, cada uno de los cuales medía 16 metros de largo, el subterráneo alcanzaba una velocidad de 45 km. por hora.
El recorrido inicial se desarrolló entre las plazas De Mayo y 11 de Septiembre, y se prolongaría luego hasta la estación Primera Junta.
LA PREHISTORIA
Antes de aquel 21 de diciembre de 1909, fecha en que la Compañía Anglo Argentina fue autorizada a construir y a explotar lo que hoy es la Línea A, hubo otros intentos. En mayo de 1898, el Honorable Concejo Deliberante otorga la primera concesión, y un año después, el 16 de noviembre de 1899, el Congreso Nacional sanciona la ley que concede al señor Carlos Bright el permiso para establecer dos líneas subterráneas en la ciudad de Buenos Aires.
La construcción comienza con la apertura de los túneles por las avenidas Rivadavia y De Mayo. Sobreviene el desastre. Una serie de derrumbes deja una gran cantidad de muertos, en su mayoría inmigrantes polacos sin familia. Las excavaciones continúan pero el terreno en la zona no es muy firme e insiste en desmoronarse, por lo que las restantes obras prosiguen a cielo abierto a fin de evitar la pérdida de vidas humanas. La tierra extraída es destinada a rellenar las zonas bajas de Flores y de la avenida Vélez Sarsfield.
Tiempos de hambre y sacrificio para los menos afortunados, mientras las clases pudientes brindan en copas de cristal por las ilusiones progresistas del Centenario.
APUNTES DE VIAJE
Hay un subterráneo más allá del fragor de los días hábiles, más acá del enjambre de relojes y pasos.
Ese otro subterráneo existe cuando uno se deja seducir por la magia y se abandona en ese asiento preciso, aquel que se enfrenta a la ventanilla primera, o al vidrio final. Los ruidos traen viejos miedos de la mano, cucos y trenes fantasmas, andenes súbitos, raudas luces que pasan mientras pestañeamos. Y de pronto todo vira otra vez hacia una curva más oscura, más terrible, y luego hacia otra, y hacia otra más.
Desde todos los ángulos puede oírse la respiración de las chispas, los cables, lo eléctrico, la peligrosidad de los laterales.
Los subtes, ese túnel del tiempo, ese cordón umbilical que une los pedazos de un universo fragmentado.
Las vías paralelas se unen en el infinito, por debajo de ese otro infinito multiforme que es Buenos Aires.
MÁS SOBRE LA LÍNEA A
El 1° de diciembre de 1913 se inaugura la primera línea de subterráneos. En el teatro de revistas, el capocómico Pepe Arias canta, aprovechando la novedad:
En Buenos Aires se ha abierto un caño
por ese caño pasa un tranvía
y así sucede este caso extraño
de ir para casa…¡en subterráneo!
Los detalles de terminación, iluminación, ventilación y estética fueron cuidadosamente elaborados, utilizando un código cromático para cada Estación. Las guardas de azulejos variaban sus colores a fin de que aquellas personas que no supiesen leer (el analfabetismo para entonces rondaba el 50% de la población) pudieran ubicar de manera sencilla su lugar de destino. El orden se repite en forma secuencial: ocre, verde oscuro, gris, azul oscuro, violeta, verde claro, marrón, azul claro, para volver a iniciar la serie con el color ocre.
Publicidades de la época nos tientan a beber un vaso de Ferroquina Bisleri “el aperitivo higiénico reconstituyente de la sangre”, o a paladear las pastillas contra la tos “Gotas de Oro”. Los afiches nos ofrecen una taza de reconfortante Té Néctar o nos incitan a fumar, mientras esperamos en el andén, un aromático cigarrillo Centenario…
APUNTES DE VIAJE
“Oh, la vida de la ciudad tiene un sabor agridulce”, Subway (Subterráneo), Bee Gees
Nos subimos en un punto de Buenos Aires cualquiera, y en lo que dura una canción de moda en el oído ya estamos en otro punto de la ciudad.
Aquí, los grandes shoppings, la ropa de marca, el whisky al caer el sol. De pronto, allá, la vergüenza de los niños que piden, el viejo que se cubre con cartones, el eco de cuando se compraba al fiado.
Una avenida de arboledas y palacetes, de cofias y doble apellido. Unos segundos bajo tierra y el sol te muestra un callejón de romerías, prostitutas y borrachos. Artistas callejeros, locos lindos.
Gente que viene de todos lados. O lo que es lo mismo, de ninguno.
Un juego dual de opuestos, de cielo y tierra, de fortuna y pecado, de amores y rencor. La obscenidad del derroche. La injusticia del plato vacío.
El subte es un puente gris tendido entre lo negro y lo blanco.
LÍNEA B
En 1930 la familia Lacroze, propietaria entonces de la gran Compañía de tranvías y del Ferrocarril Urquiza, decidió abrir su propia empresa de subterráneos. Esta segunda línea, hoy B o Lacroze, fue trazada por debajo de la calle Corrientes.
En el desarrollo de sus obras, alcanzó entre otros méritos el pasar bajo el Ferrocarril San Martín y a 400 metros bajo el arroyo Maldonado.
La construcción se inició en 1928 y en plena labor se produjo un hallazgo curioso: la excavación se topó (en la zona donde la calle Corrientes desciende hacia la ribera del río) con restos fósiles de un mamut que en la actualidad se exhibe en el museo de Ciencias Naturales, en la ciudad de La Plata.
En sus dos primeros días de recorrido viajaron por la línea B 380.000 pasajeros, repartidos en sus 32 coches iniciales. El servicio contaba con dos verdaderas innovaciones: la instalación de molinetes y las escaleras “rodantes” de las estaciones Agüero, Pueyrredón, Pasteur y Callao, que habían costado setenta mil pesos oro cada una.
LÍNEA C
Un millonario español, el Duque de Alba, decidió abrir una línea nueva, cuyo recorrido uniera las dos anteriores. La línea C fue inaugurada en noviembre de 1934 y su primer tren partió desde Constitución.
Algunas de sus estaciones fueron decoradas con mayólicas españolas fabricadas en Talavera y Sevilla ese mismo año: “Paisajes de España”, en la estación Lavalle, mostró el trabajo de los artistas Martín Noel y Manuel Escasany en el taller de Hijos de Ramos Rejano; en la estación Avenida de Mayo un magnífico mural, llegado desde Segovia, exhibía las dotes artesanas de los talleres de la familia Zuloaga.
APUNTES DE VIAJE
Que expliquen los sabios por qué las culturas deciden que los dioses infernales moren en el abajo.
Desde el antiguo Plutón, versión romana de su pariente griego Hades, pasando por los fuegos del Infierno cristiano hasta nuestras salamancas vernáculas, toda una geografía de socavones y honduras se vuelve, insistentemente, el habitual territorio de los lugartenientes de la Muerte y del Mal.
Será porque enterramos a quienes nos preceden en el viaje final, será porque en los laberintos acechan minotauros, el caso es que los héroes de los mitos se prueban a sí mismos emprendiendo un descenso a las profundidades, y el abajo entonces es casi como un adentro que nos mira.
Lo oscuro, lo ilimitado, el útero, la tumba, lo maléfico, el inconsciente, la búsqueda. Todo está bajo la tierra.
Hasta los subtes.
LÍNEAS D Y E
La línea D fue construida, al igual que la C, por el Duque de Alba, quien continuó con la importación de murales de mayólicas, pero luego la Guerra Civil Española dificultó la provisión de estos materiales y se recurrió a la fábrica argentina Cattáneo.
El subsuelo del Obelisco mereció un tratamiento especial, ya que por allí debían pasar las líneas B y D. Por este motivo se construyó como sostén una plataforma de hormigón de un metro y medio de grosor. La línea E se inauguró en 1966; su recorrido unía la estación Bolívar (Plaza de Mayo) con San José, siendo prolongada más tarde.
Los vehículos de las líneas B, C, D y E eran de origen alemán, idénticos a los del subterráneo de la ciudad de Berlín. Los asientos esterillados, a causa del uso y el paso del tiempo, debieron ser reemplazados luego por otros materiales más resistentes.
La línea H -salteando las inexistentes G y F- fue inaugurada en 2007. Probablemente sus historias estén escribiéndose en este preciso momento, para futuro deleite de investigadores y poetas.
APUNTES DE VIAJE
Puertas. Los subterráneos de Buenos Aires encierran inquietantes puertas, embutidas en extraños pasadizos. Las custodian carteles que nos vedan la posibilidad de develar el misterio. Su prohibición de entrar recuerda a aquellas del terrorífico Barba Azul, o a esas otras puertas de los cuentos que no deben abrirse jamás.
¿Qué ocultan las sorpresivas puertas, algunas selladas por candados, otras por cadenas? ¿Adónde comunican, por dónde nos llevan? Un día, tal vez no muy lejano, la inquieta Pandora volverá para sucumbir a la tentación y abrirá todas las puertas a un tiempo.
Probablemente, ellas nos mostrarán un sin fin de pasadizos, túneles oscuros eternamente repetidos, cada uno con sus puertas en hilera, irremisiblemente cerradas.
FANTASMAS
En la calle, en las escaleras de Constitución, en el subterráneo, me parecieron familiares todas las caras. (El aleph, Jorge Luis Borges)
Por esos avatares del destino, marcadas en los mapas de recorrido con un medio círculo -en lugar del círculo completo que señaliza al resto de las estaciones de subterráneo- Pasco y Alberti son, extrañamente, ambas mitades de una hipotética y única estación.
Esta caprichosa geografía hace que cada una de ellas posea sólo un andén, recostados el uno sobre una margen de las vías y el otro en su orilla opuesta.
Como ya dijimos, los derrumbes en los primeros túneles habían dejado una gran cantidad de obreros trágicamente muertos, en su mayoría inmigrantes. Entre ellos, dos hombres de origen italiano. La empresa debía entregar la línea de subterráneos a tiempo para su inauguración, por lo que estas dos muertes son intencionalmente silenciadas.
Entre estas dos medias estaciones se cuenta que hay otra, fantasmal, a medio terminar, en la que se alcanza a distinguir a los dos obreros muertos, sentados en el andén con los pies en el aire. La luz suele apagarse en ese tramo, y en ese segundo, los pasajeros más sensibles pueden verlos, vivos ambos a pesar de sus siluetas translúcidas. Giuseppe y Leonardo, con las ropas llenas de polvo, con caras tristísimas, las miradas huecas de habitar un limbo sin resolución.
No son los únicos espíritus aferrados a una eternidad bajo tierra. Técnicos y empleados cuentan que en la media estación Alberti suele deambular el alma de una novia vestida de blanco, muerta al arrojarse a las ruedas luego de esperar en vano a su prometido en el altar de una iglesia cercana. También suele verse a un hombre calvo y alto que de pronto se esfuma en el aire frente a los asombrados pasajeros.
La próxima vez que suban a un transporte subterráneo, en cualquier ciudad del mundo, respiren profundo y sostengan la mirada…quizá si uno está alerta y es sensitivo, podrá ver los duendes de esa noche diminuta, esa noche para muñecas, esa oscuridad artificial. O tal vez algún espectro abandone el silencio y quiera acercarse para contar su historia…
A MODO DE EPÍLOGO
Un vidrio de ventanilla en el metro podía traerme la respuesta, dentro de un tiempo bajo tierra que un trayecto de estaciones dibuja y limita así, inapelablemente abajo.
Nadie puede saber si saldremos juntos, si yo bajaré primero o ese hombre flaco con un rollo de papeles, si la vieja de verde seguirá hasta el final, si esos niños bajarán ahora, mientras allá en el ángulo hay una muchacha que se instala para durar, para quedarse todavía muchas estaciones.
Los interminables pasillos de otras veces y las escaleras llevaban rápidamente a destino. A eso que en los medios de transporte también se llamaba destino.
(Manuscrito hallado en un bolsillo, Octaedro, Julio Cortázar)
María Mercedes Di Benedetto (Photo: Mauricio J. Flores)
Biografía
Argentina, egresada de la carrera de Guionista de Radio y Televisión (ISER), ha sido docente de esa casa de estudios y de institutos terciarios y universidades en las carreras de “Locución Integral”, “Producción y Dirección de Radio y Televisión” y “Guion de Radio y Televisión”. Durante 20 años fue docente en escuelas medias en Lengua y Literatura y en talleres literarios y de periodismo.
Especializada en la investigación del radiodrama en Argentina, lleva editados tres libros sobre el tema, el último en 2020, “HISTORIA DEL RADIOTEATRO NACIONAL”.
Autora y docente de ficción radial, recorre el país brindando seminarios y talleres sobre el tema, dirigidos a docentes y público en general, a través del Ministerio de Educación y de ARGENTORES. Sus obras se han emitido por radios nacionales e internacionales.
Ha recibido numerosos reconocimientos por sus obras teatrales y radiodramas; ganadora del Fomento INCAA con su documental de cuatro capítulos para televisión “Artesanos del aire / Historia del Radioteatro Nacional”. Obtuvo el 1er premio en la convocatoria 2004 para radioteatro del Centro Cultural R. Rojas de la Univ. de Buenos Aires UBA, además de cinco Premios Argentores a la Producción Autoral, ganadora también en 2020 en la convocatoria del Instituto Nacional del Teatro con su radiodrama sobre la vida de la soprano Regina Pacini.
Con un profesorado en Historia inconcluso, ha escrito más de cuarenta docudramas y obras de teatro para sus ciclos “Mujeres de la Historia Argentina” y “Hombres y Mujeres con historia”, presentados en diversas salas del país.
Su obra para niños “Las Hadas de la Tierra Encantada” ha salido en gira nacional abordando temas como la ecología y el cuidado del medioambiente. El elenco, convocado por la Secretaría de Medioambiente y por el Ministerio de Cultura de la Nación recorrió 23 provincias brindando funciones en forma gratuita para escuelas de todo el país.
Ha participado como expositora en diversos Congresos de literatura y de medios de comunicación y en Bienales internacionales de Radio, así también como Jurado y Tutora de Proyectos en certámenes nacionales de literatura y de Arte Joven. En septiembre 2022 integró con su ponencia el Symposium por los 100 años del Radiodrama Internacional organizado por la Universidad de Regensburg, Alemania.
En los últimos años ha presentado en Madrid obras para Microteatro: “Comer por amor”, “El día del huevo”, “Testamento” y “Viuda Negra”, con dirección de Marcelo Díaz.
Actualmente se desempeña como Secretaria del Consejo Profesional de Radio de ARGENTORES, Sociedad General de Autores de la Argentina.
Photoschade
an essay by Arthur Ovanesian and David Garyan
“It’s strange. I look so different here.”
Photograph.
Have we misread it?
The product of the phenomenon that creates a record of the past, captures history in the frame—with what appears to be unremitting truth and accuracy.
But what if the photograph is a vain (hopeless? self-centered?) attempt to retain what could never be—because it was never meant to be—held in unmandated suspension? Does the photograph rescue memories from oblivion, or does it in fact lead them there?
The French philosopher Roland Barthes believed that photography irrevocably implied death because “it records what was there and is there no longer” (Eliza Richards, “‘Death’s Surprise, Stamped Visible’: Emily Dickinson, Oliver Wendell Holmes, and Civil War Photography,” 13). We, however, have been given to assume that what has disappeared in the physical sense can now forever stay unchanged simply because it has been photographed. In this sense, the photograph claims to resuscitate the past, but in reality, most of what it does is connected to death. Thus, what we would like photography to do is not recovery of moments (i.e., exact replications of reality, which would be impossible, precisely because reality is a sequence of moments, whereas the photograph is merely one moment—supposedly suspended in time).
Since photographs cannot offer the so-called recovered moments, we attempt to use them to relive instances as they were originally experienced. Yet it is not clear whether that desire is good for us, mainly because it is based on an unconditional trust that photographs will accurately represent what we felt at the time. The very desire to discover the original experience inside a photograph can become openly harmful because it is, in fact, an unfulfillable fantasy. Why? Repeated viewings of the image destroy the sequence of moments surrounding the “one” instance captured in the photo, to such an extent that the individual abandons the interpretive fluidity around the entire event in favor of the coveted initial sensation offered by the supposedly stable photograph. You want what the photograph claims it can give you: the authentic memory of the past stored within. But the photograph has no memory to begin with. All it can do is testify to the disappearance of things around the moment it has captured—the gloomy, inscrutable twilight that settles over what has been.
There are four words related to photography whose definitions clash internally with one another (much like photography, in a real sense, opposes itself to memory rather than enhancing or facilitating it). These words are “mold,” “quick,” “specimen,” and “negative.”
Emily Dickinson, nineteenth-century American poet, was once asked for her portrait by someone she knew. She wrote back refusing, stating that, “could you believe me—without? I had no portrait, now, but am small, like the Wren, and my Hair is bold, like the Chestnut Bur—and my eyes, like the Sherry in the Glass, that the Guest leaves—Would this do just as well? It often alarms Father—He says Death might occur, and he has Molds of all the rest—but has no Mold of me, but I noticed the Quick wore off those things, in a few days, and forestall the dishonor.” The words “mold” and “quick” stand out in this passage. “Mold” refers here to the photographic image; it’s the ‘material’ which has the power to preserve, and yet this very material is also an agent of deterioration. In other words, Dickinson argues that whatever superficial preservation photography gives us, its real nature lies simply in erasing the photographed subject and replacing it with the photograph—that is, the photograph becomes the new subject. This contradiction is for Dickinson what informs the entire medium: to mold the image, but the image itself begins to suffer from mold. How and why does the image begin to “mold?” Because the photograph becomes the object of attachment, while the person fades into the background: a kind of idolization, if you will, the consequence of which is that the person suffers an implicit death and can no longer be brought back—a photographic acknowledgement, yielded by the photograph itself, of loss and departure. The same is true of the word “quick.” “Quick,” according to one scholar, referred to “any substance which increased the sensitivity of the light-recording compound and thus very materially reduced the time of the exposure in the camera” (Robert Taft, Photography and the American Scene: A Social History, 1839-1889, cited in Richards, “‘Death’s Surprise,’” 18). It eased the process of taking a photograph, but it also expedited the very erasure of identity that photography sought to capture, because the “living essence, or “Quick,” of the pictured subject fade[d] even faster than the picture” (Richards, “‘Death’s Surprise,’” 18). The photograph is produced more quickly, but even faster is the loss of the reason, the essence, that informed its taking in the first place. The living essence is emptied out, and what remains is a slain presence, or an animate absence. Photographs without reasons or essence—and, by implication—without people in them either.
Instead, Dickinson would like to see her loved ones “believe her without” (to use their memory in order to visualize her, because the alternative entails losing both the person and the ability to recall them). Photograph means “sun picture,” but its ultimate effect is to lead people into darkness. The photograph occludes memory because it already preconditions the mind by way of looking at the image. More genuine memories might be displaced and cast aside, because the photograph makes a totalizing claim to truth, while your memories cannot do so. If all this seems harsh on photography, it is only because we all lack the recognition that “we photograph things in order to drive them out of our minds.” It is to avoid having to do the critical work of remembering, calling back to mind the possibilities of the past and confronting its attendant ambiguity (for the past is never something to be wholeheartedly embraced or totally rejected). It is not for nothing that an individual in one of Dickinson’s poems found themselves startled, because they could no longer distinguish: is your memory the photograph, or is the photograph your memory? Is there even a difference? This is what concerned Dickinson, and it is indeed no small worry.
Walt Whitman, also a nineteenth-century American poet, offered interesting insights about photography as well in his 1882 autobiography, Specimen Days. Whitman was interested in the simultaneous potential and limitations of photography, in the sense that he would put words to photographic use, seeking within them an illumination of the “relationship between the positive identity represented and the means—call it the negative—of its representation” (Sean Meehan, “Specimen Daze: Whitman’s Photobiography,” 481). Delving into those means was for Whitman the first step in overcoming the limitations of photography (better elucidating its real nature), because the first and most important point to grasp was the following: all that the “negative” (the means of representation, whatever they may be) had to offer were “glimpses.” Glimpses, because, obviously, memory cannot remember everything, but more because, even if it could, no moment can ever be recovered fully—the reality of its having vanished is already past restoration. By having words do the job of the camera, Whitman reveals those aforementioned limits of representation in their fundamental nature. He evokes photographic images in our minds of things he “wish[es] he could convey”; for instance, the creases and bloodstains of his Civil War notebooks (Whitman, quoted in Meehan, “Specimen Daze,” 483). This already is a demonstration of the vulnerabilities of photography: how can it be that an image is evoked that one wishes could be conveyed? A photograph would, therefore, obviously be no more successful in evoking the departed feeling of the photographer than a writer wishing to communicate an emotion he felt long ago, and perhaps even less. In both cases, the reality refuses totalized representation.
Whitman’s glimpses are the “specimens” indicated in the title—the parts that Whitman hopes might put readers within view of the whole: out of reach, but able to be comprehended in some sense. “Specimen pages,” as stated by one scholar, “best represent the type of war they portray by reproducing some of the actual traits of the physical specimens that the war produced…the text remembers by gesturing toward what can no longer be restored…whether reproduced in writing or seen firsthand…specimen cases are primarily visual representations, as the etymological ‘spec’ of the word specimen (Lat. specere: to look at or behold) would suggest” (Meehan, “Specimen Daze,” 484). The representation that is based on specimens would by necessity be incomplete, but the whole point is that a complete story can be incompletely told, leaving the reader with enough of a feeling to understand what it is the writer wanted to share. Authentic, but incomplete: you understand what I wanted to share. Here at last the limitations of photography are overcome: revealing through words that its truth claim is partial. But, having consulted the word for guidance through the mist, and mystery, known as the photograph, we get closer to a resolution. The “negative”—the renunciation of the notion that there can ever be a complete representation of the truth—to arrive at a “positive,” a more faithful rendering of it.
Reading photographs—for the photograph is the word too, enigmatic though it may be—involves acknowledging the unfulfilled certitude of the medium. It acknowledges it by itself. Hence people’s visceral reactions at times to photographs of long ago: “it’s strange. I look so different here.” Strange—as if almost to say, I’m unrecognizable to myself. And so, we have to ask: when we stare at a photograph, what is it that stares back at us?