Tienda de abalorios
por María Mercedes Di Benedetto
Se denomina abalorios a diversos tipos de elementos confeccionados en múltiples formas, materiales, colores, diseños y calidades. Las más de las veces, sirven sólo como ornamentación carente de valor. Así pretende ser mi columna en el prestigioso edificio cultural de Interlitq: una oferta de temas varios sin pretensiones filosóficas ni literarias, una simple tienda de abalorios y palabras.
Nanna Carmela (28) y sus hijos Paolo, Carmelina, Dante, Gina, Silvio.
- NANNA CARMELA: ADIOSES EN LOS PUERTOS, HORNALLAS Y PAÑALES ENTRE DOS CONTINENTES
LA COCINA DE NANNA EN LA CIUDAD DE SAN MIGUEL, BUENOS AIRES
Cuando yo tenía seis años, mi abuela Carmela tenía setenta. A diferencia de las mujeres que hoy detentan esa edad y la viven con un espíritu siempre joven, cuidando su maquillaje, su piel y su vestuario, Nanna Carmela era ya una pasita algo encorvada, con su delantal trajinado, su calzado económico de fieltro, siempre de negro, como si no pudiese o no quisiese sacudirse el luto por la falta del hombre en la casa.
Quizá por ser un dialecto siciliano, no era “la nonna” como es costumbre llamar a las abuelas italianas, sino “nanna”: Nanna Carmela. Ardilla movediza, iba de aquí para allá, de un ángulo al otro de la cocina simple, que todavía y hasta entrada la década del setenta tenía un fogón y no una cocina a gas. Mi niñez se extasiaba en ese fuego siempre encendido: el cubículo para el rescoldo, las brasas vivas, y las pantallitas de paja que mi abuela, chiquita como era, agitaba con furia para que las llamas no se extinguieran. Las chispas candentes a su alrededor recordaban la fluorescencia de las estrellitas navideñas.
Ésa había sido siempre la geografía doméstica de mi abuela. Como casi todas las cocinas de su época, tenía dos puertas: la que comunicaba con el interior de la casa, y la que se abría al fondo (jardín sería un sustantivo demasiado pomposo), un fondo profundo lleno de frutales, de perfumes vegetales salvajes, intensos, como los azahares o los hinojos (que en la familia pronunciábamos “finucho”, deformación del italiano finocchio) con su aroma a anís. Más allá, contra la medianera, estaba el gallinero, casi una selva o una granja para mi niñez urbana, que se maravillaba con la oportunidad de trasponer la puerta de alambre para buscar huevos munida de una canastita. A mediados de los ’70, en mi familia materna y en las familias de los amigos y compañeros, ya nadie mataba una gallina o un pollo para agasajar a una visita. En la casa de Nanna Carmela yo, muda, asistía al terrible ritual de sacrificar el ave para un puchero o un estofado.
Pero la cocina de Nanna tenía otros olores y otros rituales menos sanguinolentos y más pacíficos: por ejemplo, las torres de pignocattas[1] almibaradas que mi abuela preparaba con manos ágiles, para que la gran cantidad de yemas de huevo no se desparramara sorteando la corona de harina e inundara la mesa. Las manos de mi abuela, como toda ella, eran pequeñas, cuadriculadas por líneas que contaban de su trabajo de siglos en ambos continentes, y terminaban en unos dedos que parecían amasados con la misma forma que ella daba a sus pignocattas.
ALGUNAS RAMAS DEL ÁRBOL GENEALÓGICO…
Mi abuela Carmela Lidestri había nacido en Mazzarino, Sicilia, en 1895. A los quince formó pareja con mi abuelo Luigi Di Benedetto, del mismo pueblo, diez años mayor, quizá enamorada de sus ojos celestes como el agua del océano que los alejaría del paese natal. Luigi viaja a Argentina el 21 de marzo de 1909 en el vapor France para cerciorarse de las bondades del tan mentado país y regresa entusiasmado a Italia, donde en junio de 1912, en la iglesia “Santa María Della Neve”, contrae matrimonio con la jovencísima Carmela, que a los 17 años queda encinta del primogénito, Paolo.
Luigi y Carmela, con su hijito de un año, llegan a Buenos Aires en el vapor Paraná. Un año después nace la primera argentinita de la familia, Gina Francesca. Pero la madre de Luigi enferma, y allí parten los cuatro en el vapor Garibaldi rumbo a Europa, el 24 de abril de 1916. Nanna Carmela tiene veinte años, y está encinta de casi siete meses de la niña que nacerá en Italia en Julio: Carmelina (para mí, muchos años después, será la tía Milina, o Mili, como la llamaban sus hermanos; casi sin darnos cuenta, mi hija fue llamada Melina, quizá un modo inconsciente de continuar la saga). El barco se balancea, las náuseas del avanzado embarazo no ceden a pesar de la estratagema del jugo de limón. Y Paolo y Gina, de uno y dos años, aferrados con fuerza de su pollera y de su escote, exigen cuidados y atención. En cuarenta días tocarán tierra italiana. Sólo hay que concentrarse en resistir.
Pero no son buenos tiempos para vivir en Europa. En plena Primera Guerra Mundial, en enero de 1917, mi abuelo es asignado a la sección de Ametralladoristas del Regimiento de Infantería italiano, y nueve meses después es herido en medio de una tormenta de nieve y llevado a un campo de concentración de prisioneros en Polonia, de donde será liberado recién en abril de 1919.
Cuando gracias a su destino afortunado Luigi logra volver al lado de los suyos, Carmela, -aún no repuesta de la incertidumbre y las angustias de más de dos años de guerra, sin saber si su esposo vivía o no- concibe a Silvio, el último hijo nacido en tierras sicilianas.
ÚLTIMO VIAJE DESDE ITALIA A LA REPÚBLICA ARGENTINA
Luigi y Carmela miran por última vez las calles que los han visto nacer. Sus hijos Paolo (7), Gina (6), Carmelina (4) y Silvio (apenas meses) son estrujados y besuqueados por parientes y comadres en medio de baúles y bultos de ropa. Seguramente hubo abrazos anudados y llantos irreprimibles, palabras de despedida y promesas de volver, sabiendo muy bien que todo era nuncas, jamases y adioses postreros. Regresan a Argentina en el transatlántico Plata, el 9 de septiembre de 1920, con boletos de tercera clase, la sufrida y módica forma de viajar de los inmigrantes de principios de siglo.
Todas las fechas que aparecen en este recuerdo deben su exactitud al Diario que mi abuelo llevó casi hasta el momento de su muerte en 1957. El 9 de septiembre, precisamente, era su cumpleaños, y anotó en su cuaderno: “ese día, histórico por mi cumpleaños, puse pie por tercera vez en la tierra de la paz y la promisión”. Muy pronto sería ya un tanito aporteñado que tomaba mate, trabajaba como mayoral en los tranvías de la Compañía Anglo Argentina y publicaba versos elogiosos sobre Evita y Juan Domingo Perón en un periódico de la colectividad italiana. A fines de agosto de 1922 nacerá mi padre, llamado Dante en homenaje al escritor Alighieri. Junto a su hermana Gina, serán los dos hijos argentinos del matrimonio.
EPÍLOGO
Cuando nací, en 1959, el abuelo Luigi ya hacía dos años que navegaba en un barco a vapor hecho de nubes, quién sabe por qué mares de cielos europeos o americanos.
Nanna le sobreviviría algo más de veinte años, tras soportar estoicamente la pérdida de sus dos hijos mayores: Pablo y Silvio, con cinco meses tan sólo de diferencia entre una y otra muerte. Tal vez fue demasiado dolor para un cuerpo tan pequeño, porque apenas dos meses después, ella se iba también.
Con el tiempo, los recuerdos parecen hacerse más nítidos en lugar de borrarse. Ya mujer adulta, reconozco aunque tarde las valentías, los esfuerzos y la tremenda grandeza de esa abuela a la que no comprendía en mi adolescencia. Solíamos intercambiar apenas unas pocas formalidades, porque su dialecto cerrado era una barrera para la comunicación; mi padre, claro, le entendía todo, y le contestaba en un castellano atravesado por términos sicilianos que eran de uso cotidiano en mi hogar y lo siguen siendo hoy, como un legado natural y espontáneo.
Mi abuela Carmela siempre tenía unos caramelos en el bolsillo del delantal y me los daba como a escondidas apenas llegábamos los domingos, mientras cuidaba el tuco y las pulpetas (albóndigas) de carne que nadaban en la salsa entre hojas de laurel. Y al anochecer, sobre el scarfature (brasero), asábamos las castañas que por la tarde nos habían mantenido entretenidos juntándolas del suelo y abriéndolas con el canto del zapato, cuidando de no pincharnos con la cáscara.
Por aquellos años no teníamos automóvil, así que volvíamos despaciosos de San Miguel hacia Quilmes, al caer el sol, unas tres horas de viaje. Caminábamos unas largas cuadras hasta la avenida. En los años 60s y 70s las casas eran bajas aún, las veredas amplias, y cada cincuenta metros, mi papá se frenaba y giraba para volver a saludar a la mamma que quedaba de pie en la puerta, estirando la despedida, saludando con el delantal en el brazo levantado.
Yo también, escribiendo esto, siento todavía que nanna Carmela me saluda, hecha una silueta diminuta y oscura al final de esa calle en perspectiva, me saluda a través del tiempo, con caramelos en los bolsillos y perfume a castañas asadas, dulce como una pignocatta y eterna como los sueños argentinos que su juventud soñaba en aquella Mazzarino natal.
[1] pequeñas esferas de masa frita cubierta con miel.
María Mercedes Di Benedetto (Photo: Mauricio J. Flores)
Biografía
Argentina, egresada de la carrera de Guionista de Radio y Televisión (ISER), ha sido docente de esa casa de estudios y de institutos terciarios y universidades en las carreras de “Locución Integral”, “Producción y Dirección de Radio y Televisión” y “Guion de Radio y Televisión”. Durante 20 años fue docente en escuelas medias en Lengua y Literatura y en talleres literarios y de periodismo.
Especializada en la investigación del radiodrama en Argentina, lleva editados tres libros sobre el tema, el último en 2020, “HISTORIA DEL RADIOTEATRO NACIONAL”.
Autora y docente de ficción radial, recorre el país brindando seminarios y talleres sobre el tema, dirigidos a docentes y público en general, a través del Ministerio de Educación y de ARGENTORES. Sus obras se han emitido por radios nacionales e internacionales.
Ha recibido numerosos reconocimientos por sus obras teatrales y radiodramas; ganadora del Fomento INCAA con su documental de cuatro capítulos para televisión “Artesanos del aire / Historia del Radioteatro Nacional”. Obtuvo el 1er premio en la convocatoria 2004 para radioteatro del Centro Cultural R. Rojas de la Univ. de Buenos Aires UBA, además de cinco Premios Argentores a la Producción Autoral, ganadora también en 2020 en la convocatoria del Instituto Nacional del Teatro con su radiodrama sobre la vida de la soprano Regina Pacini.
Con un profesorado en Historia inconcluso, ha escrito más de cuarenta docudramas y obras de teatro para sus ciclos “Mujeres de la Historia Argentina” y “Hombres y Mujeres con historia”, presentados en diversas salas del país.
Su obra para niños “Las Hadas de la Tierra Encantada” ha salido en gira nacional abordando temas como la ecología y el cuidado del medioambiente. El elenco, convocado por la Secretaría de Medioambiente y por el Ministerio de Cultura de la Nación recorrió 23 provincias brindando funciones en forma gratuita para escuelas de todo el país.
Ha participado como expositora en diversos Congresos de literatura y de medios de comunicación y en Bienales internacionales de Radio, así también como Jurado y Tutora de Proyectos en certámenes nacionales de literatura y de Arte Joven. En septiembre 2022 integró con su ponencia el Symposium por los 100 años del Radiodrama Internacional organizado por la Universidad de Regensburg, Alemania.
En los últimos años ha presentado en Madrid obras para Microteatro: “Comer por amor”, “El día del huevo”, “Testamento” y “Viuda Negra”, con dirección de Marcelo Díaz.
Actualmente se desempeña como Secretaria del Consejo Profesional de Radio de ARGENTORES, Sociedad General de Autores de la Argentina.